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Get Cape. Wear Cape. Fly. Dibujando sonrisas

GET CAPE. WEAR CAPE. FLY

Fecha: 3 de mayo del 2012

Lugar: Music Hall (Barcelona)

Foto: Conjunto Vacío Estudio Creativo

 

Imaginaos que un músico ataca una canción al iniciar el set acústico, en una sala a media entrada (y a medio gas, la verdad sea dicha), que reconoce no haber interpretado desde hace tres años. Se hace un lío con la letra, se olvida de la siguiente estrofa, se ríe nervioso, arranca de nuevo, ve que la memoria se le ha puesto en blanco, se disculpa, se pone colorado, empieza a balbucear, pide si alguien le puede conseguir la letra, empieza a afinar la guitarra, susurra que está avergonzado, que quiere que se lo trague la tierra… Imagináoslo. ¿Sospecharíais que ese fue el preciso momento que marcó la transición de un concierto correcto a uno memorable?

 

Pues eso fue lo que consiguió el joven Sam Duckworth con su espontaneidad: meterse en el bolsillo a un público en no precisamente las mejores condiciones para un recital, demasiado valioso para un eco tan escaso. Quizá tengamos que culpar a Mishima por dejar el Music Hall medio vacío (porque el fútbol ya se ha acabado, ¿verdad?). Aunque con un nuevo disco bajo el brazo, que vería la luz días más tarde, concretamente hoy 7 de mayo, y con una propuesta que, a pesar de su formalidad correcta, no despunta en un panorama dominado por Bon Ivers y americanas de similar pelaje, es comprensible que, a priori, la cita no pareciese excesivamente apetecible. Pero si de verdad queréis un consejo, uno de buen amigo, haced caso a este humilde reseñista: GCWCF tiene uno de los directos más directos (valga la redundancia), emotivos y sinceros de la escena británica. Aun a pesar de estos y otros hándicaps, como la limitada voz de Duckworth, quien hizo sufrir en más de una ocasión al respetable al exigirle demasiado a un timbre poco versátil y de registro más bien limitado. Así que no cabe otra cosa que agradecer a la sala y a los compañeros de Indiespot, impulsores del ciclo Blogged by Indiespot, el esfuerzo por traer a Get Cape. Get Cape. Fly, y desearles el éxito en las siguientes propuestas, tan necesarias en una ciudad en ocasiones demasiado volcada a los grandes eventos.

 

¿Qué tiene, qué demostró GCWCF para semejante jolgorio en el foso y ovación cerrada final, aun a pesar de los problemas antes señalados? Porque la espontaneidad no lo es todo, aunque ayudase a cimentar el éxito de un repertorio que, en directo, es sólido como los cimientos de una catedral. La fidelidad a una idea, a un estilo con el marchamo Duckworth, puede ser una de las claves. Su imaginario, a medio camino entre la melancolía y la ternura, no por tanta reminiscencia pop-folk, carece de personalidad propia. El hueco quizá sea estrecho, pero GCWCF consiguen hacerse con un nicho perfectamente discernible y fundir esas influencias en un recital en el que la el pasado entra en resonancia con un sonido atemporal, un juego de reconocimientos y de descubrimientos que satisface paladares exquisitos.

 

La presentación de las nuevas canciones, una presentación en exclusiva (y de lujo) en nuestro país, superó con creces la prueba; si bien Collapsing Cities, I-Spy y War of the Worlds fueron acogidas con el beneplácito del conocimiento previo, no es menos cierto que las composiciones que recibían su bautismo en la escena española ni desentonaron ni sonaron inseguras, sino todo lo contrario.

 

Después llegó el momento de gratificar al público de la Ciutat Comtal, y ese fue el momento cuando el bueno de Duckworth, simpático, campechano pero poco hablador hasta el momento, se atrevió con Postards from Catalunya… y lo que para el de Essex olía a catástrofe revolucionó a un público que, por fin, dejó la cháchara aparcada y prestó atención a lo que fue uno de los regalos más bonitos que pueda ofrecer un artista: talento y pasión en interpretaciones cada vez más emotivas. El deseo de compensar el fiasco no puede ser la única razón por la que Sam empezó a desenvolverse cada vez mejor, a hacerse con el escenario, a echar toda la carne en un asador que ponía las brasas al rojo vivo; aunque tampoco la planificación de un repertorio pensado para un hábil in crescendo final. La progresión emocional no fue lineal, sino exponencial, y ya en los bises, con una The Chronicles of a Bohemian Teenager part I convertida en una minisinfonía de toques épicos, y la revisitación de Postcards from Catalunya, con la letra manuscrita por un miembro de su banda en el backstage, llevó el concierto a una especie de delirio íntimo y a una sana diversión, tan sincera, tan directa, que dejó al público con una sonrisa dibujada en sus rostros. Un directo, en definitiva, que los médicos no deberían dejar de recetar para curar los males del corazón.

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