La música es un regalo de los dioses al pueblo que una serie de ejecutivos occidentales se ha encargado de corromper. Más allá de nuestras fronteras mentales, fluye una energía musical distinta. Un desfase energético clamando por un mundo de liberación sexual, justicia social y revolución. Esta noche mi espíritu se evade de su triste realidad y encuentra en Femi Kuti el gurú idóneo para liberar mi mente de sus grilletes occidentales. ¡Todos somos hijos de África!
Comienza el ritual yoruba. Sobre el escenario aparece entre las brumas del tiempo un combatiente cultural, digno descendiente del Mozart del Tercer Mundo: Fela Kuti. Esto no es un concierto, es una plegaria de amor por la libertad y los orígenes del ser humano. No existe ambición ni hipocresía. El hombre vuelve a su estado natural.
Femi comparece junto a tres coristas yorubas con las características de su raza. Su colorido maquillaje, su escasa estatura y sus bellezas espasmódicas hacen mella en tu mente. La puesta en escena se completa con un percusionista, un batería, dos saxos, un trompeta, un teclista, un guitarrista y un bajo. La entrada a la But incluye un viaje de ida y vuelta a Nairobi. El Jazz africano se explaya a través de fabulosos músicos que hacen la corte a Femi, que interpreta sus letras políticas mientras acaricia un clarinete, un saxo, un precioso Hammond y casi cualquier instrumento a su alrededor.
Las caderas no cesan de moverse. El pueblo se levanta en armas mientras se abandona a sonidos armónicos y tribales que te hacen alejarte del sumidero y combatir. Luchar a través del arte. La música y el baile como balas contra la injusticia. Ésa es la consigna. África empieza en los Pirineos y Femi es nuestro nuevo emperador. Los sufrimientos del pueblo africano y del español se conjugan en Afrobeat.
Femi repasa lo mejor de su trayectoria mientras los minutos van volando. El carisma y la sonrisa del músico nigeriano logran eclipsar los movimientos sensuales de sus diosas coristas. El ébano africano se ha apuntado al twerking aunque conserva sus raíces. Todo es diversión y compromiso encima del escenario. El público entregado se mueve como si no hubiese mañana. El ritual yoruba supone una expiación de nuestros pecados y lamentos. Terapia musical para transformar frustraciones en esperanzas.
La But ruge con Day by Day y se revoluciona con Dem Bobo, Do your best, You better Ask Yourself o Politic Na Big Business. Mi mente vuela libre desde hace rato y se envuelve en un denso limbo del que no quiere salir. Creo ver a Dios. También a Satanás. Todas las máscaras se caen y no hay bien ni mal, tan solo danza y música. Hay un momento de histeria en el que apetece morir de éxtasis. Los sentimientos están a flor de piel. Femi hermana a los obreros del mundo con su discurso. Esta noche Madrid es la capital de África. Nuestros pueblos son hermanos porque sufren pobreza, desempleo, corrupción… Lo único que necesita el mundo para solucionar sus problemas es amor. Las referencias a los políticos corruptos enervan a los madrileños que claman al unísono.
Amor universal y democrático, puños al aire. La verdadera religión africana es roja. La conexión ya es total y la realidad social se impregna en el ambiente. Sobre el escenario siguen a lo suyo. Se sonríen entre ellos, bailan y hacen el chorra. Disfrutan de verdad, para ellos la música es el salvoconducto al dios del pueblo. Es un milagro liberador. Podrían tocar durante horas sin que ellos ni el público desfallecieran un ápice.
Referencias a la luz –Fela Kuti– y a las tinieblas – Estados Unidos – anticipan un final de concierto único. Un desgarro en los tópicos musicales. Las coristas se divierten tirando botellas de agua vacías al resto de músicos que, ni cortos ni perezosos, la emprenden a botellazos y toallazos con las chicas y hasta con Femi, que se descojona sin remedio. El público colabora pasando vasos vacíos al trío de bailarinas. La batalla campal se convierte en un conflicto mundial cuando la gente comienza a tirar botellas y vasos a los músicos. Ellos, en lugar de llamar a la Guardia Civil, se divierten. Lo extraño es lo bien que suenan mientras se dedican a semejante maldad. La diversión es extrema. Femi se retira momentáneamente pero un clamor le hace llegar a las dos horas y media de concierto, de conexión, de lucha social.
Cuando se vuelve a despedir de su gente, totalmente entregada, deja a sus músicos pasárselo pipa en el escenario. La fiesta continúa. Todo es improvisado como el arte de verdad, aquel que surge en la calle para denunciar los atropellos de los poderosos. Las coristas se vuelven locas y danzan poseídas por un exotismo y un talento únicos. Los músicos siguen sonando a ambrosía divina y el guitarrista muestra maneras de buen vocalista. La revolución de los olvidados se cimenta en la sala But.
Se marchan bailando y nosotros nos quedamos estupefactos. Su música mueve conciencias inmóviles. Femi Kuti supone la liberación del espíritu humano a través de su música en directo. Una sofisticada teología de la liberación donde el hombre entra en un estadio religioso, social y político que te convierte en mejor persona. Como buena teología tiene su profeta muerto y unos apóstoles dispuestos a difundir su buena nueva. Su ritual nos recuerda que nuestra cuna es África, donde existe un mensaje de amor y justicia que debemos aprender a comprender.