Tú has escogido esto, así que asúmelo. La sala está vacía y son las 22:15 horas. Mi estado griposo es al que infiero para la creación de un submundo propio hoy, al que no quiere que entres. Terrorismo sonoro como cura física y emocional.
Espero sentado en una esquina. Hay un vaso a mi lado. No le hablo. Me atrae la imagen de la sala embovedada, vacía a estas horas, casi a oscuras, sólo con la luz roja de fondo y un altar blanco al final. Entran dos personas. Hablan de biomecánica y de ejercicios pliométricos. Pliométrico se define como «el movimiento rápido y potente que involucra el pre-estiramiento del músculo y activa el ciclo de elongar y acortar la fibra para producir subsecuentemente una contracción concéntrica más fuerte«. Son las 22:30 horas. La escalera del perro «de la parte de atrás del coche» tiene forjado en el pasamanos un galgo y muchos huesos en los escalones superiores. El perro nunca alcanza los huesos. No llegará jamás a cogerlos. No lo hará, aunque utilice ejercicios pliométricos (eres mi hueso).
La contracción física y emocional se hace más fuerte. 22:53 horas. Mucha gente hablando. «La música de baile» provoca que la gente quiera comunicarse. Se grita. Llegan corriendo y entran en la sala de luz roja, la del altar al fondo. El silencio provoca silencio. No tengo nada que decirte si no hay un sonido de fondo. Darle unas vueltas.
Eric Copeland ha llegado. Leáse algo como: Eric Copeland es un músico experimental de NY, que ha jugado en los mejores equipos del terrorismo sonoro del planeta, como Black Dice y Terrestrial Tones (con Avey Tare de Animal Collective), su último lanzamiento ha sido Joke in the Hole, a través de DFA Records.
Repetiré la expresión terrorismo sonoro en la medida que estime oportuno. La palabra terrorismo tiene una fuerte carga emocional. En estos tiempos, todo aquel que da un paso adelante y mantiene sus principios estéticos y de calidad, exponiendo sus propios valores a los del mercado y regateando las penurias y coacciones del gobierno es un auténtico terrorista antisistema. Volvamos aquí.
Eric Copeland es un ser casi normal. Lleva gorrm casi de lado, camiseta blanca, casi de lado y una sudadera de capucha, casi gris.
Las luces rojas.
Alguien debería hablar sobre el poder de las luces rojas. La color-terapia salvará el mundo, la tierra está hueca, los reptilianos viven entre nosotros y el averno se abrirá un día como hoy. Un día muy parecido. Pero.. ¡¡Baboom!!… la colorterapia nos salvará. Todos piensan igual. Todos han decidido que la luz roja convierte a las personas en su alter ego y aportan un matiz sepulcral al evento. Darle unas vueltas.
Hay un solo gorro de Papá Noel entre el público congregado. La gente sigue entrando. Son las 22:55… 22:58 horas. El subsuelo de Madrid es admirable. Creo que me levantaré. Son las 23:01.
23:05. Eric Copeland asume el mando de la mesa de mezclas. Ningún equipo espectacular. Una mesa de mezclas, sonidos pregrabados y una querencia por ensuciar, crear y destrozar los ritmos. Llevar la masa de capas a algún lugar. Soltar la canción, des-es-truc-tu-rar-la en elementos propios. La canción se degrada en bucles, loops que retiene y suelta, o que adhiere a otros. Ruido y distorsión. Rimas asonantes. Y finalmente cierto ritmo.
Copeland toca y retoca los «plugs» en un cierto ritual en el que se deja guiar por el momento, por el instinto, tratando y maltratando el ritmo y voces a su gusto. Eric también hace uso del micrófono para revertir en él frases, letras, voz mutada y reconvertida con efectos dispares a la capa de masas adyacente.
Muchos miran y asienten con sus cabezas. Otros se dejan llevar. Copeland consigue que la amalgama de sonidos, de capas, de voces, llegue a un punto tácito que permita un ritmo y la dispersión del respetable. Caos integrado, pretendido, esperado, al que el ritmo, distintos ritmos da sentido a la visceralidad sonora.