En ocasiones, encerrar un ave provoca que su cante se vuelva más intenso y hermoso. Si además el encierro tiene lugar en un grandioso paraje, como es el Lara, todo se convierte en único e irrepetible. La alondra que llegó del norte luchó contra su carácter intimista y se abrió a un entusiasta teatro repleto.
Y lo que empezó a ocurrir nada más aparecer hermanó la magia y la fantasía circense con la música de una forma tan natural que dejó una muestra de talento innato difícil de olvidar. Una melodiosa voz encerrada en un vestido naranja acorde con la alondra petirroja que me encandiló desde su primera tímida palabra. Encanto, belleza y talento. Peligrosa o bendita combinación. A juicio de cada uno. La magia comenzó a brotar con la melodiosa sierra de Cristina Gómez – WildHoney – y el omnichord de Guillermo Farré. Todo era extraño y parecía sacado de un viejo baúl cuyos objetos cobrasen vida. I feel alive rezaba el título de la canción convertida en momento. Objetos y seres de lo más variopinto siguen deambulando por el escenario como un plátano/maraca y una introvertida Cristina Plaza que homenajeaban al gran protagonista de la noche, como Alondra Bentley se encargaría de reconocer. Kevin Ayers y su repentino fallecimiento obraron el milagro de postrar a todo un venerado Nacho Vegas ante Alondra. El mito ante una nueva realidad generacional que le adora. Ella le devolvió el gesto reconociendo que no hace tanto había sido una chiquilla que jugaba a colarse en el backstage de su ídolo. Afición que tuvo recompensa. De su primer encuentro con Nacho salió con un productor bajo el brazo. No todoS los días se encuentra uno un diamante por pulirme, debe ser lo que pensó aquel afortunado productor.
La humildad y devoción con la que Alondra presenta a sus invitados agiganta su presencia en el escenario de cada uno de ellos a pesar de que en la escena domina la sencillez. Puro costumbrismo musical. Una composición de Hopper por la que desfilan la memoria de Ayers con frecuencia, una pléyade de celebridades y modestos músicos que demuestran su saber hacer y se fusionan con el particular mundo de Alondra como si hubieran vivido en él toda su vida y un repaso a su anterior disco. Se desliza algún nuevo tema de su nuevo disco. Van quedando atrás Tiny, Fortress y Shine. Aparece en escena Aaron Thomas, cuya sensibilidad vocal, procedencia y residencia tienen tanto en común con Alondra que te planteas un dúo imposible. Mientras, nos conformamos con unos matices muy country y divertidos en la deliciosa The hanging tree y un muestrario de elegancia en Dot, dot, dot.
Las tendencias se intuyen pero se suceden sin parar. Coque Malla aporta su serena figura y poco a más a Meltdown. Tras este encuentro fugaz pero intenso, la platea aguarda impaciente un nuevo himno que degustar cuando el padre de la criatura rompe la linealidad del espectáculo para presentarse ante los acólitos de su hija. El tema que titula su nuevo disco, The garden room suena bien en directo, tiene menos maquillaje folk pero una ornamentación sesentera que te hace cerrar los ojos y soñar en Technicolor. El concierto se apaga cuando ellos abandonan el escenario tras My sister and me apareciendo poco después para tocar un par de temas – Dates to remember y Giants are windmills– . Un toque muy poco nostálgico para terminar con un animado y casi improvisado fin de fiesta coral que homenajea por última vez al ex-soft machine caído el lunes. Todos los amigos de Alondra tocan junto a su banda, que se desintegra tras esta gira. Aunque dudo que eso apague la voz del ave enjaulada en el Lara.
Pocas veces un concierto de Amigos de… te deja una sensación aceptable, mucho menos inolvidable pero la magia blanca de esa niña british criada en Murcia convierte cada instante en mejor y más feliz que el anterior. Si Nacho Vegas se postró ante ella, como, nosotros pobres mortales, no vamos a hacer lo mismo. Fue la reina de un caos anárquico pero armonioso y bello.