La verdadera fiebre de Eels llegó con el descubrimiento masivo de Cosas que los nietos deberían saber (gracias a Blackie Books). El tal Mark Oliver Everett relataba –de manera autobiográfica– lo que podría reducirse a ‘la conmovedora historia de su vida’. Que ni es más horrible que cualquier otra, ni menos. Pero es la suya, y como ejemplo de movimiento no está nada mal. Everett resumía en la novela un período bastante concreto de su vida, con anécdotas de especial relevancia que terminaban alargando aquella narración en el tiempo. Un micro-drama que muchos de nosotros no querríamos vivir, claro. Eso no. En Echo Park ¿dónde hay que firmar? Aquella historia nos revolucionó a todos. Y como buen relato existía un hilo conductor: su música.
Resulta que este señor, autoapodado E., al más puro estilo Daniel Johnston, grababa cassettes con ruidos acoplados a bases, guitarras y letras que bien podrían ser frases extraídas de un diálogo de la última película nominada en Sundance. ‘¡Sí hombre! ¡Y esto a que sonará!’ ‘Si a mí nunca me ha gustado este tío’, apuesto a que pensaba buena parte de la audiencia del pasado domingo por aquel entonces. Desde luego no, no es lo mismo escuchar una canción no comercial descontextualizada, fuera de todo control, distorsionada y dura, que hacer un recorrido musical a través de su vida. Y entenderlo. Y empatizar. Que te guste lo que te tenga que gustar, porque entiendes que la posición que describe puede parecerse a la tuya en algún instante. Y que no te guste tanto lo que no tenga que gustarte, porque deje de tener sentido.
Así empezó todo. De ahí a este fin de semana ha habido un proceso, dividido en varias fases, a través del cual muchos de nosotros pasamos a estar tan sobrecargados de toda esta historia y su revuelo que escondimos Hombre Lobo o Blinking Lights and Other Revelations (LA MARAVILLA). A veces retomábamos, con algo de recelo y sin decir nada, temas como Suicide Life o Blinking Lights (for Me), Ordinary Man o Old Shit/New Shit. Para hacer el amor.
De repente, nuevo trabajo, nueva gira: REVOLUCIÓN. Que, además, termina en Madrid: EMOCIÓN. Y que, de manera irremediable –lo saben/sabemos– todos queremos ver. Incluida la incalificable Letizia Ortiz (sí, por quién doblan las campanas). Así que en grupos de 2 a 4 personas, no más, nos encontrábamos reunidos otra vez, por el sonido peculiar y la voz de la barba más fascinante de la música (ahora que Matisyahu se ha afeitado). En total, cinco tipos sobre el escenario. Cinco tipos con vello facial visible, de entre 20 tantos a 40 y algo. Atractivos, no necesariamente guapos, pero realmente atractivos. Tres guitarras, un bajo, un batería. Cinco pares de gafas de sol casi opacas y cinco chándales negros, modelo clásico Adidas (ese que imaginan). Una boina. Un ventilador –que hizo flotar el pelo del batería durante todo el repertorio– y ACTITUD.
Precisamente esa actitud de ‘quizá veamos a un farsante esta noche’ cambia radicalmente desde el momento en que estos señores se colocan en posición, sobre el escenario, y empiezan a tocar. Es decir: NI UN SOLO REPROCHE. Elegantes, sinceros. ¿Saben cuando ven venir a alguien y tienen fe ciega en que se van a llevar de miedo? Esa cara. Pues ese era el gesto de absolutamente todas las personas que alzaban sus cabezas en busca de nuevas pistas. Más habiendo sido testigos de la boda entre él y su guitarrista, oficiada por el bajo, tras 10 años de escenarios, ensayos y giras. Al más puro estilo.
Tocaron su trayectoria. El momento más especial de la noche quizá lo trajo ese fundido entre Mr. E’s Beautiful Blues y My Beloved Monster. En la última se escuchaba también cantar a la gente sobre la voz terca y seca de Mark. Canciones como New Alphabet, Fresh Feeling o Souljacker Part I, hicieron que a muchos de nosotros se nos removiese un poco el cariño. Incluso los que, como yo, no han disfrutado de Wonderful, Glorious en formato disco hubieron de reconocer que el directo fue OTRA COSA.
Dos versiones: Itchycoo Park – Small Faces y Oh Well– Fleetwood Mac. ¿Qué les digo? Si saben de lo que hablo, saben de lo que hablo.
Dos bises. Un cierre: Fresh Blood. Imagínense. En lo más alto. Desaparecen. Expectativas de rescate: ninguna. Con la mitad del recinto fuera, luces encendidas… ¡SORPRESA! Stick Together para terminar de aclarar que pocas personas están ahí por casualidad.
Autoayuda o no, El Señor E., Mark, Oliver, Eels –escojan ustedes– merece cualquier apelativo que haga referencia a algo muy bueno, con mucho sentido del humor, muy salvaje, muy honesto y sobre todo digno.
TRES HURRAS por Everett.
Y gracias por la apertura de semana del año.