La dignidad es un bien preciado que escasea últimamente. Ver a un mito lastrado que sigue ejerciendo como tal, a pesar de las adversidades, es una imagen icónica que no se olvida fácilmente. Todo ello se envuelve de esa dignidad perdida por muchos artistas más afortunados. No confundir con la superación, aunque algo de ello hubo en el Lara.
Es inevitable hablar de Edwyn Collins y no hacer hincapié en su antes y después de 2005, cuando sufrió dos hemorragias cerebrales, cuyas secuelas pudimos ver en su concierto madrileño. Bastón para mantenerse en pie, ausencia de su mítico tupé y su porte de rompecorazones y una parte de su cuerpo paralizado por siempre. Esa estampa contrasta de tal manera con sus viejos clips que conmueve. Pero lejos de ofrecer lástima, Edwyn muestra una entereza propia de un titán. Sentado junto a ese doble de Brian Jones llamado Carwyn Ellis y del ex Pogue James Walbourne, no tiene reparos en recordar su pasado glorioso con Orange Juice como apertura de un vibrante concierto. Un directo cuyo inicio no podía hablar más claro. Falling and laughing.
Más o menos resume la vida de su intérprete, caer y sonreir. En un ambiente íntimo y acústico, un teatro prácticamente lleno degusta un nuevo Collins, más sosegado, brillante en sus ironías con el público y con una voz rota por el dolor. Emoción y elegancia, nada ha cambiado en él si cierras los ojos. El talento de su carrera se va desgranando mediante referencias a Orange Juice y sus clásicos Consolation price, Blue Boy o Rip it up.
Entre medias nos adelanta como será su siguiente disco, Understated, con el soul de Dilemma, y las nostálgicas Forgoth y Down the line. Y todo ello con una sencillez escénica que impacta. Te integra en la cabeza doliente del artista, en sus emociones representadas por dos guitarras, un teclado y una voz. Edwyn pasa hojas de su libreto para reencontrase con sus viejos éxitos en solitario como In your eyes, Losing sleep o Make me feel again.
El público se viene arriba a arrebatos, en el tiempo restante se acomoda en su butaca consciente de la ocasión que está viviendo. Un regalo del que la vida nos pudo privar. El momento cumbre de la noche sucedió en el instante final del concierto. El gran Edwyn Collins, en un arrebato de esa dignidad de la que hablamos al comienzo de estas líneas, agarra su bastón con empuñadura de plata. Se pone en pie, mira desafiante a un público atónito por las fuerzas que brotan del débil cuerpo de Collins. Algo va a pasar y así es.
Primeros acordes de A girl like you, estalla el teatro. Un mito debe morir de pie. Su gran éxito suena diferente, menos sensual pero más íntima, sublime. Edwyn se mantiene quieto interpretando el tema hasta su última nota, saluda y se retira. Explosión de nuevo en la platea. El protagonista de la noche regresa apenas dos minutos después para solventar los siempre tediosos bises. Low expectacion y un toque de nostalgia finiquitan el concierto con la misma sencillez y honradez con la que comenzó. El público aplaude a un agradecido Edwyn Collins que abandona por última vez el escenario del teatro Lara con la serenidad del trabajo bien hecho.
Un concierto que deja a las claras la verdadera estirpe del artista. Ese divo inmortal que a pesar de las circunstancias y de los reveses vitales con los que se encuentre mantiene esa porte elegante y trasgresora que le convierten en un espécimen por el que merezca la pena perder tiempo y dinero en ver su estampa, desgraciadamente decrépita debido a su enfermedad. La dignidad sobrevoló Madrid y se encarnó en el cuerpo de este escocés que nunca ha sido más icono del pop que aquel día que le vi en el Teatro Lara.