«¿A dónde te pensabas que habías venido? Esto es un concierto de Dinero«, me dije después de salir de la Joy Eslava con la cámara aún en la mano, que todavía olía a lúpulo. No recordaba los pogos hasta que me comí un menú completo de amplificador, y tampoco la cerveza voladora hasta que me ducharon con un mini. Pero antes de que el contento desconocido me invitara a esa birra y yo evocara a su progenitora durante la última canción, hubo un conciertazo de Dinero en la sala.
Las almas rockerísimas de los allí presentes estaban bastante inquietas por ver cómo sonaba el nuevo disco, y a mi alrededor se hacían apuestas sobre qué canciones sonarían en la noche. Lo único que les hizo callar unos segundos —y lo juro, sólo esos segundos— fue la voz de Sean Marholm inaugurando oficialmente aquel sarao, instantes después de que cuatro pares de piernas bajaran unos pequeños escalones y pisaran escenario. Sí, cuatro pares. Cuando eres una banda de rock sin descafeinar y te sumas una guitarra, lo más probable es que te pase como a Dinero y sumes potencia en el sonido. Ya era difícil superar la furia enérgica de los temas de su anterior trabajo DNR pero, con cinco cuerdas más, cortes como Purasangres o Duelo de titanes no dan tregua.
DNR y Cero se parecen más bien poco. El concepto es diferente, el método bastante opuesto. Mientras que uno tiende a lo primario, el otro se distingue por los detalles. Pero cuando a ambos sólo les separa un espacio entre canción y canción en el setlist, suenan igualmente desgarradores. Los directos son brutos y brutales. Sin retoques, sin pulir, como un instinto natural e irracional, y violentos como una paliza bestial. Díselo a los que terminaron el concierto empapados —no voy a ser yo quien te hable de fluidos hoy—, con una sonrisa en la cara y un principio de afonía en la garganta: si no cantas, si no saltas y bailas, es porque no te da la gana, es porque has tenido que pararte a ti mismo.
Como te digo, la presentación de Cero sigue siendo tan intensa como a la que Dinero me tenían acostumbrada. Aunque este disco sea menos crudo, una vez que te encuentras frente al escenario casi nada va a sonarte refinado. Casi, porque hubo una invitación muy emotiva, la de Elsa Martínez, hermana del cantante, a compartir vocales del tema Tan Real, algo que ya ocurrió en el estudio y que se ha grabado en este cuarto disco. Pero hasta incluso esa sensibilidad y delicadeza mantiene las líneas de lo que la banda quiere regalarte cada vez que se colocan detrás de un instrumento, y eso es el carácter del impulso sentimental del momento, como un golpe certero de sinceridad. Sus conciertos no son espectáculos, no son actuaciones, son un medio de expresión.
En esto el especialista es Sean Marholm. Derrocha una colección de gestos que convierte a su guitarra y él mismo en un universo aparte dentro de la escena. Es el principal compositor de la banda, y las canciones toman mayor sentido en las distancias cortas si le observas en primer plano. Tener un frontman con actitud y capaz de comunicar más allá de las palabras es algo inmejorable.
Si algo he echado de menos, es ver más conexión entre los miembros de la banda, más unión sobre el escenario. Quizás sea culpa de esa expectativa que todos queremos que se cumpla ante nuestros ojos: una mirada cómplice, un secreto disimulado, un guiño, una mueca, ese algo que nos da la sensación de que sólo lo hemos captado nosotros y de que hay un vínculo más allá del presente en el concierto. Pero precisamente, como nada viene cocinado de casa, Dinero no es un grupo que te sirva el almuerzo en un tupper —todo fresco, nada de croquetas congeladas sabor rancio como en Pesadilla en la cocina–, es la espontaneidad de lo recién hecho, salga lo que salga.
Parece algo inevitable que en una crónica te cuente qué canciones han tocado, y si el público que me rodeaba acertó en su porra. Efectivamente y como era de esperar, el gran protagonista fue Cero, y el concierto comenzó con Año cero, Mata Hari y Bajo cero del tirón. «¿Ves? ¡Te dije que la tocarían!», escuché a la vencedora del clásico restregarle a su novio el resultado. Otras que cayeron fueron Jaque mate, Armas sin filo y Una noche más, que inició el bis. De sus anteriores álbumes hicieron aparición Efecto granada, Cómo cuándo quién, Trastorno bipolar, una imprescindible Saboreal —con Marholm entre los asistentes en el foso sólo en la parte más pausada antes de que la canción desatase la locura— y la que provocó el éxtasis definitivo, En invierno. ¿Y por qué te cuento todo esto de pasada? Porque en realidad a los presentes les daba igual la lista de canciones, puedo asegurarte que corearon casi todas por igual. No hay grandes favoritas evidentes, pero sí evidentes fans.
Al final, lo que te tiene que quedar claro es que funcionan en tu oído y te llegan adentro, que es lo siempre esperas de un concierto.
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