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Depeche Mode en Madrid: ser luz en la oscuridad

Parece mentira que gracias a bandas como Depeche Mode se rompa el lazo generacional. Hay algo muy bello en todo esto: la misma canción que escucha un joven de 20 años la pudo escuchar tu madre hace dos décadas, en el mismo lugar, en la misma coordenada espacio – tiempo. Vivir esto en vivo es como ver Stranger Things en pleno siglo XXI, que muchas cosas de las que salen las conoces porque te las han contado.

Este hecho hace, sin lugar a dudas, grande a las formaciones, el poder traspasar el tiempo sin erosión, sin perder un ápice de la potencia. El seguir siendo una banda colocada en el top of mind como se denomina en la jerga del marketing les da ese estatus de invulnerabilidad eterna.

Un Palacio de los Deportes (Wizink, perdón)  a rebosar con un pie metido en las fiestas navideñas es una proeza pero colgar el sold out casi medio año antes es pasearse por el Olimpo de los dioses. Dave y los suyos siempre son la garantía de éxito, aunque paren siempre, las entradas vuelan, da igual cuando vengan, su legión de fans es totalmente fiel. Impresionaba ver a la multitud impaciente de verles pisar el impresionante escenario.

Como titanes entraron al ritmo de Revolution de The Beatles abriendo una noche que se presentaba potente. Sabíamos, porque nos gusta un spoiler, que el set list no varía gran cosa entre conciertos, la programación está medida pero ello les lleva a un éxito rotundo, sin fallos.

La presencia de las canciones de Spirit, su último trabajo, estuvo equilibrado con un elenco de temas de otros tiempos. Al igual que discos que preceden a éste, ganan mucha viveza en directo. Desde la honestidad, es complicado que a estas alturas y en una carrera tan consolidada haya riesgos en el estudio pero siempre saben cómo mantener el nivel y seguir siendo líderes en el techno pop durante años y años. Entendemos el vértigo que provoca el sumergirse en sonidos desconocidos pero la fórmula les funciona y nos parece loable.

Tras Going Backwards, se pasaron a It’s No Good, donde la oscuridad de Ultra se hace presente. Dave sabe que es el ejemplo de front man que muchas bandas soñarían con tener, se pasea y no deja de bailar de esa forma tan sensual y evocadora que tiene, se pavonea dramáticamente, se dirige al público, es todo tan teatral que al final parece una epopeya de su propia vida: el ascenso a los cielos, ser luz en la oscuridad.

Barrel of a gun, Precious o World in my eyes nos llevan al momento de intimidad de Martin Gore, pieza esencial de la formación inglesa, donde de forma valiente empuña la guitarra y se desnuda para Insight o Home. Personalmente me gusta este intervalo donde hace que las canciones tomen otro color, salen un poco de la rutina auditiva y dan un giro interesante al concierto, especialmente la última que provoca coros generalizados durante minutos, hasta que Dave rompe en escena y todo vuelve a su estado normal, no sin dar las gracias a su compañero de aventuras y por ende, al resto de la banda.

Todo sigue avanzando como está previsto: sonido impecable, voces que no pasan los años por ellas, visuales impactantes que acompañan a la perfección la velada. Tras este momento emotivo, la cosa iba de hits. Haciendo sonar What’s the revolution, despegamos en los años 80 gracias a canciones como Stripped, Everything counts o Enjoy the Silence, no sin cerrar el bloque con Never let me down again, que bajo mi punto de vista encierra perfectamente todos los elementos que hacen especiales a Depeche Mode.

Tras un breve receso, quedaba la traca final con una versión acústica de Strangelove, Walking in my shoes y la enérgica y alocada A Question of Time donde Dave se dejaba la piel girando y bailando estilosamente, volviendo al micrófono, desfilando por la pasarela preparada para ello, siendo plenamente consciente que todos los ojos se centran en él.

El show acababa como nos lo merecíamos: Personal Jesus, cerrando una noche épica, veinte canciones que recorren el pasado y futuro de una banda legendaria, que se encuentra en un momento óptimo en directo. Lo dicho, sin grandes riesgos pero con la cabeza centrada en ofrecer calidad y dinamismo en un rango de dos horas. Como siempre, fue una noche memorable de las que no se olvidan fácilmente.

Recuerdo la primera vez que vi a los de Essex, fue como una auténtica ensoñación, no sabía si era real o lo producía la efervescencia de aquellos recuerdos juveniles. Ahora puedo pellizcarme y decir que lo de ayer fue la mejor versión de una banda que lo tuvo todo y lo sigue teniendo, sin miedo a lo que pueda nadie pensar sobre ellos, lejos de prejuicios, supervivientes de una generación roída.

En breves vuelven por España, garantía de lo mucho que se les aprecia por aquí.

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