Fecha: 14 de abril de 2011
Lugar: Sala La Riviera (Madrid)
Con más de la mitad de las entradas todavía en taquilla, se presentaban Deerhunter en Madrid para demostrar por qué su último disco, Halcyon Digest, se coló en la mayoría de las listas de lo mejor de 2010. Y para empezar, nada mejor que provocar los primeros bailes entre las primeras filas con Desire Lines.
Tienen los norteamericanos la capacidad de cruzar la línea entre el pop más melódico y el ruido eléctrico y caótico, con la misma facilidad con la que una tostada cae sobre el lado de la mantequilla. Y todo ello sin perder la compostura, a pesar de algún que otro traspiés. Y cuando algo parece torcerse aparecen temas como Don’t Cry o Memory Boy, dos perlas de pop vitaminado, que en directo se convierten en puro rock guitarrero.
Con Bradford Cox llevando la batuta del show, el resto de la banda se limita a cumplir con un guión establecido, que dicho sea de paso, encaja casi a la perfección después de varios meses de gira. Sólo cuando esos pasajes de ruido y electricidad se deslizan por la música, parece la cosas írseles de las manos. Y digo parece, porque a pesar de momentos intensos y de gran calidad, se echó de menos ayer la versión más desinhibida y rabiosa de los de Atlanta. Con fama de salvajes y destructivos sobre el escenario, hizo falta una sonora ovación para que la banda cogiera aire ante lo que se le venía encima.
Dos temas más allá de su último disco consiguieron que los americanos hicieran explotar la tensión sonora que llevaban buscando durante gran parte del concierto. Diez minutos de ruido, guitarras tostadas y ritmos machacones, que se alargaban, para disfrute de un público que a estas alturas ya estaba vencido. Mientras bajo y batería secundaban perfectamente la interpretación de Bradford, desde la otra esquina la guitarra de Lockett Pundt intentaba mantener entre los renglones de la cordura a un cantante que se elevaba con cada nueva nota.
Y, entonces, cuando la cosa parecía llegar a mayores, Deerhunter tiraron del freno, devolviéndonos esa versión edulcorada y directa, ese pop de quilates que, tan bien puede llenar los pistas de baile, como ser cantada a solas en tu habitación. Bradford mostraba su lado más facilón con Helicopter, sabiendo que tenía guardado un as en la manga.
La canción crecía y crecía, hasta que en un momento dado, cuando la vena caótica de los norteamericanos parecía a punto de estallar, se hizo el silencio. Sonaban los primeras notas He Would Have Laughed, anunciando el final del show en forma de guitarras desbocadas, ritmos potentes y psicodelia brillante, que resumen a la perfección el sonido de los de Atlanta.
Con un directo, a ratos endiablado, a ratos sobre los márgenes, Deerhunter pueden presumir de haber conseguido la mezcla perfecta entre genialidad pop y dosis de locura punk, dentro de un show de apenas hora y media. Así, con Bradford bailando al son de Octet, se despedían Deerhunter de Madrid dejando ese buen sabor de boca que deja lo breve pero intenso.