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DCode Festival 2012 (II): Malos tiempos para el pop, buenos tiempos para el rock nacional

Foto: DCode Festival

Si la jornada del viernes había acabado con los franceses Justice arengando a las masas con su electrónica mesiánica -crucifijo sobre el escenario incluido-, lo de The Killers fue directamente un acto de comunión en toda regla. En esta ocasión Brandon Flowers, el líder de los norteamericanos, prefirió escoger la imagen del rayo para dirigirse a sus “súdbitos” durante la hora y viente minutos que duró su set en Madrid. Ellos fueron los encargados de cerrar un DCode, que congregó a cerca de 20 mil personas en una jornada que había comenzado cerca de las cinco de la tarde con bandas como Los Nastys, Fira Fem o Syberia.

Capsula aparecieron cuando el sol todavía asomaba por las instalaciones de la Universidad Complutense para dar el primer gran bolo de la tarde. El trío, un tercio argentino, un tercio bilbaíno, un tercio “del espacio exterior”, según palabras de su guitarrista Martin, se plantó sin casi probar sonido, a pecho descubierto, sólo como ellos saben; dispuestos a aplicar una terapia de shock guitarrera y de actitud rock ante los cientos de personas que se iban congregando en el escenario pequeño del DCode. Con canciones que les hermanan con el punk más ramoniano (Hit N’ Miss) y hasta con el hard-rock de herencia Motorhead (What’s In The Mirror), la banda avisaba de que a pesar de que nombres como The Killers o The Kooks presidían con letras grandes el cartel, la jornada iba a ser más propicia para los grupos de acá.

Algo que pudimos confirmar minutos después cuando los escoceses Django Django iniciaron su concierto en el escenario de enfrente. Aupados por la prensa británica e incluidos entre los finalistas al Mercury Prize de este año, estos cuatro músicos de Edimburgo han recibido múltiples alabanzas por un álbum debut resultón que combina con gracia pop y elementos psicodélicos. Y sí, puede que tengan una fórmula que entra suave y que termina obligando a mover el esqueleto. Sin embargo, cuando se trata de convertir ese cóctel en un show, la cosa se convierte en un simple guateque, cuando no en una burda verbena de pueblo. Su hora escasa sobre las tablas madrileñas sirvió para comprobar que el cuarteto se divierte de lo lindo haciendo música, pero poco más.

Muy a tomar en serio comienza a ser la propuesta de los madrileños Lüger. Los conciertos de la banda, de cocción lenta, caminan siempre en busca de ese sonido encrespado, a ratos indomable. El sábado pareció resistírseles más de lo habitual, debido sobre todo a varios problemas de sonido que impidieron que el quinteto completara un set redondo. A pesar de ello, consiguieron conectar un par de derechazos como Monkeys Everywhere o Dracula’s Chauffeur Wants More, que nos hicieron volver a creer en su rock industrial, marcial, psicodélico y cavernícola. Su entrega sobre las tablas les asiste, ahora sólo les falta alcanzar la excelencia.

Más curtidos sobre el escenario, The Right Ons siguen instalados en su travesía hacia el rock salvaje. A la misma hora que miles de personas coreaban las canciones de los andaluces Supersubmarina, el quinteto madrileño hacía las delicias de los amantes del acorde potente y afilado. Su directo hace bueno ese eslogan con el que se vendía su último disco y que aseguraba que la banda se había bajado de la azotea del funk para instalarse en el garaje del rock. Tanto es así que hasta temas más antiguos como Thanks parecen haber ganado en pegada, sin perder por ello su espacio en territorios más negroides y rítmicos. A él se unieron canciones como Time Will Tell o Get Back, auténticos hits de una banda que poco a poco se va ganando el puesto que merece en el circuito nacional, tras varios años condenados al olvido.

Los que parece que no necesitan demostrar nada son The Kooks y The Killers, pues, a pesar de que hace tiempo que dejaron atrás sus mejores días, siguen teniendo el tirón suficiente para llenar un recinto como el de Cantarranas. Veintes mil personas se apretaban a las diez de la noche en la Universidad Complutense a la espera de ver a sus ídolos. Grupos de jóvenes que copaban las primeras filas cuando los británicos The Kooks comenzaron su set atacando Seaside, gesto inequívoco de por dónde iban a ir los derroteros. Con nuevo y reciente disco en las tiendas, el cuarteto tiró de repertorio clásico para conseguir que el público coreara sus estribillos facilones. Canciones como Oh La o She Moves In Her Own Way hicieron casi anecdótico el repaso que hicieron los ingleses por su último trabajo, aunque sin conseguir tapar sus vergüenzas. Su repertorio, plano, lleno de himnos más simples que un tornillo, logró hace unos años que la prensa los compara con The Strokes, cuando lo suyo se asemeja más a una versión descafeinada y sin gracia del britpop. Ni siquiera el hecho de que Luke Pritchard se dé un aire al mayor de los hermanos Gallagher oculta la falta de talento de estos chicos. A pesar de ello, el cantante no paró de moverse sobre el escenario intentando reflotar un concierto que terminó cayendo en lo insultante cuando la banda invitó a Mark Foster, líder de Foster The People, a que cantara su éxito Pumped Up Kicks.

Con diez minutos de retraso sobre la medianoche aparecieron The Killers. Con su carismático líder al frente, la banda norteamericana apostó fuerte desde el principio con Runaways, primer single de su nuevo disco, y Somebody Told Me, para, a partir de ahí, ir deshojando poco a poco su ramillete de himnos pop. Hay que reconocer que Brandon Flowers, con su eterna sonrisa y su pose de dandi con chaqueta de cuero, da el pego como centro de los focos. Si a eso le unes una banda con suficientes canciones redondas como para hacer bailar y cantar a miles de personas y un espectáculo visual a la altura, podríamos estar hablando de los nuevo U2. Sin embargo, The Killers se empeñan en escorar cada vez más su repertorio hacia lo ñoño, cuando no hacia el simple y llano karaoke. Miss Atomic Bomb, una de sus nuevas canciones, nos puso en aviso, y cuando, minutos después, Flowers se lanzó a cantar el clásico de los Alphaville Forever Young nuestras sospechas se confirmaron. Más cercanos a unos Depeche Mode adolescentes que a las mega-estrellas del rock que pretenden ser, su intento de revisión del Shadowplay de Joy Division se quedó en mera anécdota. Hace tiempo que el cuarteto originario de Las Vegas perdió la magia. Quizás conscientes de ello, la banda acudió de manera insistente a su primer disco, confirmando que, por mucho que les pese, ya no son tan jóvenes. Su eterna referencia al espíritu de Peter Pan en letras como When You Were Young o la ya mencionada Forever Young raya lo irrisorio en tipos que hace tiempo que superaron la treintena. A pesar de ello Brandon y los suyos consiguieron que el público se deshiciera en abrazos y muestras de amor durante la hora y veinte minutos que duró su concierto. Sin duda el romanticismo ya no es lo que era. Tampoco el pop, a pesar de que siga siendo capaz de llenar estadios.

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