Foto: © Eric Pàmies, gentileza de Primavera Sound
La organización del Primavera Sound ha resucitado el formato Primavera Club tras un paréntesis de dos años, y después del experimento del año pasado Primavera Sound Touring Party. En esta ocasión el festival ha quedado fijado en la Ciutat Comtal, y las 4o actuaciones se han programado en cinco salas: las dos del Apolo, los teatros Principal y Latino y la sala Sidecar. El cartel está formado exclusivamente por artistas de nuevo cuño, una decisión que, aparte de abaratar el precio del abono (unos muy asequibles 25 euros), resulta encomiable no tan sólo por lo que tiene de estimulante para músicos y público, sino como revulsivo y regenerador de un panorama musical y cultural con demasiada frecuencia sumido en el pesimismo. Sangre joven, o no tan joven pero dando vida a nuevos proyectos en pequeñas píldoras de apenas una hora para combatir el tedio y el anquilosamiento. Quién sabe si es la política adecuada, pero sí necesaria. Esperamos que esta experiencia se mantenga en el tiempo.
Dentro de la amplia oferta, la noche del viernes decidimos apostar por la programación de las salas Apolo y La[2] del Apolo. Los madrileños Cómo Vivir en el Campo se encargaron de inaugurar el festival en el escenario pequeño del Apolo. Dueños de un portentoso maridaje entre el noise experimental neoyorquino y la tradición letrista más arraigada en el punk patrio, la voz y las letras ásperas de Pedro Arranz dejaron un amplio espacio para la plasticidad sonora de la banda, de texturas recias y paisajes urbanos. Orden en el caos, belleza en el ruido, dolor y esperanza. Un gran bolo para empezar la tarde.
Los catalanes PacoSan abrieron la sala grande a un público aún escaso con un espectáculo hipnótico. Con ellos prescindiría de cualquier etiqueta, porque es un flaco favor a la hora de situarlos en un espacio muy propio; la originalidad de su propuesta le da una fuerza que no es propia de la psicodelia, y la electrónica es mucho más orgánica y rockera que cualquier comparación que hayáis podido leer. Quizá estén en un terreno muy trillado y visitado durante la última década, pero PacoSan han conseguido llegar a un territorio inexplorado y telúrico en el que, de seguro, pueden reinar en solitario. Si en algo puede flaquear ese magnetismo que destilan, que obliga aun a nuestro pesar a mantener ojos y oídos absortos, es deshacerse de cierto atenazamiento que, de buen seguro, se desvanecerá con el rodaje.
Rabia, diversión, desparpajo, actitud punk y mucha inmediatez: Cerebral Ballzy no son un grupo de medias tintas. Caminan por esa línea del hard punk que a muchos nos recuerdan tiempos pasados (y nostálgicos, no lo vamos a negar) en que catalizábamos el descontento en pogos. Sin embargo, supongo que por pecado de juventud, y sin dejar de atesorar unas melodías contagiosas, sonaron aturullados y un punto ansiosos, y a pesar del innegable esfuerzo por contagiar a la sala de energía, no hicieron más que confundirlos.
Ahora, intentad imaginar los Genesis de la época de Peter Gabriel, dirigidos con el talento psicodélico de Bradford Cox y puestos hasta las cejas; pues aun así la imagen no hace justicia a la fiesta que los angelinos Fever the Ghost montaron en el escenario de la sala grande. Rock sinfónico (y que nadie se me espante aquí: sinfónico y brillante) de actitud punk y provocativa, y músculo de power pop. Generosos y con el punto justo de ampulosidad, divertidos y exhuberantes, llenaron la sala grande de colorido, disfraces, sonidos expansivos y envolventes, bases contundentes y una lírica absolutamente psicodélica. Se les agradecería mayor concreción, pues daba la impresión de que se regocijaron en exceso de piruetas electrónicas para cumplir con el trámite, y hombre, tampoco era necesario, que lo bueno, a veces sí, tiene que ser un poco más breve.
Pero quienes reinaron al final la noche del viernes fueron los londinenses Childhood. Power pop donde, aquí sí, es la melodía la que domina, ¡y qué melodías! Arrancaron con brío y músculo, y dominaron el tempo del concierto con un temple que no es fácil de encontrar ni siquiera en grupos veteranos. Bajo la electricidad, la voz de Ben Romans Hopcraft rezuma soul, como si por un momento Pixies y Earth, Wind & Fire se diesen la mano. Childhood nos regalaron una hora de armonía y buenas vibraciones. Elegantes, sinceros y sin necesidad de aspavientos, demostraron tener una madurez musical que, de buen seguro, hará que encabecen carteles de festivales en breve. ¿Primavera Sound 2015?