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Lollapalooza Berlín: entre la nostalgia y la euforia del fin de verano

Las vacaciones de verano se han acabado y con él cerraba el pasado fin de semana una de las últimas citas festivaleras veraniegas en Europa: Lollapalooza Berlín 2018. Una apoteósica mezcla de música indie, pop, hip hop y electrónica que supo estar a la altura de un nombre forjado desde el año 1991.

El parque que rodea al imponente Estadio Olímpico de Berlín («Olympiastadion», en alemán) fue el recinto escogido para celebrar este evento de magnitudes colosales, al que acudieron más de 80.000 personas. Una cantidad que, sin embargo, no logró saturar los servicios del festival en ningún momento. En otras palabras: siempre que quise una cerveza -a precio , pude conseguirla sin hacer cola más de diez minutos.

¡Bendita organización alemana!

Sábado, del garage al indie

Gurr: descubriendo el garage berlinés

Comencé el festival en el escenario Alternativo, el más alejado del resto, con el dúo femenino berlinés Gurr, dando caña a más no poder. Revolcadas por el suelo, entre gritos de rebeldía y comentarios pícaros al público -«estamos deseosas de ver a David Guetta esta noche, una gran influencia en nuestra música»-,  Andreya Casablanca y Laura Lee lograron sacar lo mejor de los valientes que se acercaron al festival ya a las 14.30 de la tarde, hora difícil en cualquier festival de verano. Y es que, a pesar de ser Berlín, el sol pegó fuerte durante los dos días.

Canciones como Moby Dick, Hot Summer o Computer Love hicieron vibrar y levantar los pies del suelo a todos los presentes,  y las chicas se atrevieron a lanzar varias decenas de globos entre el público, a ver si lograban aguantar lo que duraba una canción. Fue la única oportunidad de escuchar algo más garagero y punk en el festival, hasta la actuación de Wolf Alice del domingo. Total recomendación la música de estas chicas.

Del escenario Alternativo me moví al imponente estadio olímpico, el Perry Stage, en cuyo interior se sucederían mayoritariamente distintos DJs a lo largo del festival; no podía ser de otra manera en Berlín, en verdad. Disfruté de parte del set de los franceses Ofenbach, antes de movernos a uno de los escenarios principales para guardar sitio antes de Ben Howard, el primer gran plato indie de la jornada.

Haciendo el otoño en verano con Ben Howard

Con un paisaje otoñal proyectado sobre el escenario, Howard hizo su entrada sigiloso, camuflado de color negro, y se agachó para juguetear con su pedal de efectos durante el primer tema de la actuación: Towing the Line, de su último álbum Noonday Dream, esa apuesta del británico por jugar con la electrónica más que en otros trabajos.

Para la segunda, A Boat To an Island On the Wall, se puso ya en pie, guitarra eléctrica en mano, y se atrevió a mirar al público, si bien su cabeza y su corazón parecían tan puestos en su música que el artista no fue especialmente expresivo, salvo algún que otro gesto y palabra de agradecimiento.

Y es que parecía que Howard estaba empeñado en pasar desapercibido físicamente y dar el protagonismo a su música. Encamisado de negro, su vestimenta se mimetizaba con el escenario y los instrumentos. Pero a los allí presentes nos daba igual, mientras su banda, con cuarteto de cuerda incluído, nos regalase el torrente sonoro que hilaba una canción tras otra.

Los vídeos proyectados tras el escenario acompañaban ese ‘mood’ electrónico y experimental, combinando escenas de paisajes otoñales con fragmentos de películas de found footage y otras filigranas abstractas. Entre guitarra acústica y eléctrica, Howard repasó la mayoría de su nuevo álbum, con tan solo dos regalos de anteriores entregas: Small Things y I Forget Where We Were.

El set del británico no fue gusto de todos los paladares, muchos de los cuales -que probablemente esperaban su versión más folkie, se marcharon a lo largo del concierto. Ellos se lo perdieron y si no, que se lo digan a la pareja que tenía yo al lado, que recitaba como himnos, sin apartar la mirada del escenario, una canción tras otra.

Los que nos quedamos hasta el final tuvimos la increíble suerte de escuchar el precioso cierre de Nica Libres At Dusk, la única canción que el británico presentó con nombre. Un verdadero trance electrónico que dejó a los presentes con ganas de más, pidiendo un bis que no iba a ocurrir para un concierto más corto de lo esperado.

Impregnados por esa sensación agridulce que deja todo lo que Howard toca, marché a levantar los ánimos con la electrónica de DVBBS, de nuevo al interior del estadio, para darme cuenta de repente, que casi llegaba tarde al acto más importante de mi selección festivalera para ese día: el concierto de The National.

The National, emociones a flor de piel

«Siento que he hecho algo mal. Siempre me siento de esta manera«, confesaba Matt Berninger al público entre canción y canción. Parándote a leer cualquiera de las letras de este hombre, no es difícil adivinar que la ansiedad ha tenido un importante papel en su vida tanto personal como artística. Y también que la música ha jugado un importante papel en la catarsis de este entrañable artista, en su lucha diaria con este «sentirse mal». Una forma de afrontarlo, como ha reconocido en múltiples entrevistas, es beber antes de subirse al escenario. Y el Lollapalooza no fue para menos, ya que no dejó de beber durante toda la actuación.

Berninger ofreció una actuación visceral y desgarradora. La emoción descargada con cada canción, moviéndose por el escenario y bajando al foso, fue culpable de múltiples caídas del pie del micrófono al suelo, él sin darse cuenta y con los ayudantes de su equipo saliendo al rescate cada dos por tres.

Cada canción era un nuevo mar de emociones para el cantante, arropado por los gemelos Aaron y Bryce Dessner, al teclado o la guitarra dependiendo del momento. En Slow Show, el cantante se bajó de un salto al foso para darle una gorra a un niño en primera fila. En Day I Die regresó para abalanzarse sobre el público. Pero no sería hasta la colosal Mr. November que Matt Berninger se colaría entre el público, euforia en vena, para recitar una y otra vez ese «I won’t fuck us over, I’m Mr. November«.

Sentimientos a flor de piel en otros temas más relajados como Need My Girl o Carin at the Liquor Store, que dejaban paso al éxtasis electrónico de la mayoría de sus nuevos temas, que predominaron en un set en el que también hubo hueco para otros viejos como  Graceless, Terrible Love, Bluzzblood Ohio, Don’t Swallow the Cap o Fake Empire, «compuesta en un momento de dificultad política«,  y dedicada a los jóvenes -que tampoco abundaban entre el público- ahora, en un momento «en que estamos mucho peor«.

Ver a Berninger en vivo es todo un espectáculo. Se nota que ama lo que hace y que en sus canciones va gran parte de su vida; por eso las interpreta así, a caballo entre lo humilde y lo totalmente desgarrador.

Cerrando la noche: The Weekend, Helgen y The Wombats

Tras The National, y sin abandonar la melancolía inculcada primero por Ben Howard y luego por los de Ohio, era el turno de The Weekend, al que llegué tarde para estar en primera fila por lo que se convirtió en la banda sonora de mi cena y cerveza, en la distancia.

¡Y qué banda sonora! En un abrir y cerrar de ojos estaba de pie, bailando entre desconocidos los temas del último EP de este artista canadiense, como  Call Out My Name o Try Me.

Con una breve parada en el escenario Weingarten para escuchar a los alemanes Helgen, que justo estaban tocando su tema más conocido, Nackt –rock súper ‘chill’, en alemán, recomendable al cien por cien–, me apresuré para ver a otras de mis bandas predilectas: The Wombats.

Sigo a los británicos desde que tengo uso de razón y sin embargo, nunca había podido verlos, entre otras cosas debido a su escueta presencia en salas y festivales españoles. Quizás por ello pensaba que no iba a haber demasiado público esperando; pero me equivocaba.

Fue imposible acercarme demasiado al escenario. Pero no importaba tampoco, porque James Murphy y compañía supieron mantener la fiesta a la altura de lo que estaba sucediendo al otro lado del festival, dentro del escenario, donde tocaba el DJ francés David Guetta.

Comenzaron con Cheetah Tongue, pero no fue hasta Kill the Director, ese himno cínico contra el amor romántico de estribillos pegadizos, que le público saltó loco de euforia al grito de: «this is no Bridget Jones!«.

La banda continuó para continuar con un repaso a toda su trayectoria musical, decorada con píldoras musicales de su último trabajo, Beautiful People Will Ruin Your Life. En cierto momento los británicos comenzaron a hablar de su ardilla, Steve The Squirrell, para quien tocaron un poco de ‘muzak’ o música instrumental de ascensor, la música favorita del roedor. «Quizás lo dejemos todo y hagamos nuestro siguiente álbum de música de ascensor«, bromeó Murphy.

Moving To New YorkLet’s Dance To Joy Division levantaron también las voces y los cuerpos del público. En esta última, los tres músicos se vieron acompañados en el escenario, por unos seres gigantes similares a ardillas, probablemente «wombats» australianos, que subieron a bailar con ellos.

Sin embargo, el concierto no estuvo exento de nostalgia, al reconocer The Wombats varias veces que se trataba de su última gira en festivales. «Gracias por preferirnos a David Guetta«, confesó Murphy emocionado, para cerrar entre ovaciones y aplausos con el tema Greek Tragedy, y dar por finalizada la primera jornada de esta cita festivalera.

Domingo entre escenarios

Si bien el sábado tenía muy claro a los artistas que quería ver, el domingo se tornó un poco más complicado, puesto que muchos artistas coincidían y yo no tenía claro a cuáles de ellos prefería sobre los otros. Es por ello que me pasé la mayor parte de la segunda jornada de Lollaberlín corriendo entre escenarios para poder abarcar la mayor parte del cartel de ese día.

Tras una brevísima visita al mercadillo dominguero de Mauerpark para comprar una riñonera, en el distrito de Prenzlauer Berg, me apresuré a la otra punta de Berlín para llegar al recinto del Lollapalooza a tiempo de ver, a las 11:45 horas, otra de las propuestas autóctonas del país: Giant Rooks, una banda originaria de la ciudad alemana de Hamm.

Visiblemente emocionados, la formación tocaba «en el escenario más grande que hubiesen tocado nunca», por lo que no dudaron en aprovechar esta oportunidad. Con un sonido entre el rock, la americana y el pop, me recordaron a otros grupos alemanes como Mighty Oaks, o de factura internacional como The Lumineers, Young the Giant o Sons of the East.

Entre sonrisas y palabras de agradecimiento, los chicos de Giant Rooks animaron al público a dar palmas y hacer juegos de voces bajo el sol mañanero de la capital alemana. Repasaron temas de su EP New Estate, estrenado el año pasado, como el homónimo New Estate o Bright Lies, así como algún que otro «tema nuevo» del que no desvelaron el nombre.

Con la última canción de su concierto, me moví al escenario Alternativo para ver finalizar la actuación de Clairo, una de las nuevas promesas del pop norteamericano. Pude disfrutar de su voz soul durante varias canciones como Better, uno de sus temas más conocidos y que la primera línea de fans del público supo recitar al pie de la letra. Sin una puesta en escena demasiado apabullante, solo hizo falta la voz de esta jovencísima artista –tiene 19 años– y unos cuantos temas para cautivarnos.

Infundido del pop electrónico y el flow de Clairo, me desplacé al escenario principal, en el interior del estadio olímpico, para ver el set del DJ holandés San Holo. El productor, que salió a escena con varios minutos de retraso, se movió entre la guitarra eléctrica y la cabina para animar a la pequeña multitud que se había atrevido a salir al abrasador sol de las dos de la tarde. El estadio vibró con los temas más conocidos del artista, como We Rise, Lift Me From The Ground, Light o Worthy.

Tras darle caña al cuerpo durante un rato, decidí prevenir la posible insolación y volver al escenario Alternativo para presenciar, a la sombra, la garra punk de Wolf Alice, uno de los actos más indies de la jornada dominguera, que repasaron tanto temas clásicos como los de su último álbum, Visions of a Life.

A esas alturas del domingo, los solapes entre conciertos comenzaban a apremiar, por lo que me dejé a Wolf Alice a pocas canciones de rematar, para desplazarme al escenario principal para pillar el final de una de las actuaciones que con más expectación aguardaba: Dua Lipa, de cuya actuación en el Mad Cool de este año varias personas me habían hablado maravillas.

Y fue fácil entenderlo: pese a verla de lejos, pude ver que la artista dominó el escenario, arropada entre sus bailarinas y con su portentosa voz. Además, había dejado sus tres canciones más conocidas para el final: Scared to Be Lonely, IDGAF y New Rules, volviendo loca a la legión de fans que la artista albano-kosovar se ha ganado ya en su corta carrera.

Dejé a Dua Lipa para apresurarme¡ –sí, de nuevo– al concierto de Friendly Fires que estaba comenzando en el escenario Alternativo. La verdad es que conocía a la banda británica por el nombre, pero nunca había prestado demasiada atención a su sonido. Un sonido dance, fresco y electrizante que me llamó la atención y les convirtió en uno de mis grandes descubrimientos del festival, junto a los ya mencionados Gurr y Giant Rooks.

La enérgica puesta en escena de Friendly Fires, con el cantante Ed Macfarlane dando tumbos por el escenario, logró transmitir al público las mejores vibraciones en temas como su reciente single Love Like Waves. Una auténtica joya a medio caballo entre el dance y el indie pop.

Permanecí con ellos con ellos hasta el final del concierto, para luego volver a los escenarios principales donde aguardar la llegada de Liam Gallagher, quien ofreció una actuación cargada de temas clásicos de Oasis, con alguna mota de su trabajo en solitario. Especialmente bonita fue la interpretación de Whatever, en que por un momento las pantallas y el fondo del escenario dejaron de proyectar a Gallagher para ofrecer imágenes del propio público del concierto recitando los versos del conocido himno de la formación británica.

El principio del fin: conmovedores Imagine Dragons

Imagine Dragons fue el último acto indie de la noche. Si bien yo había tenido mi época fan de la banda, cuando sacaron sus primeros discos, hacía ya tiempo que no escuchaba la música de los norteamericanos, más allá de algún single suelto. Sin embargo, en directo volvieron a ganar.

Su concierto, poco después de acabar Liam Gallagher, comenzó con un épico juego de luces y sonidos in crescendo, que poco a poco dejó ver a los cuatro integrantes de la banda, sobre el palco del escenario, tocando instrumentos de percusión, para romper con el estribillo de su canción más famosa, Radioactive, con los miles de asistentes coreando y deshaciéndose en saltos, bailes y gritos de emoción.

Distintos himnos de la banda se sucedieron entre mensajes motivadores y de esperanza del líder de Imagine Dragons, Dan Reynolds, quien no tardó en declarar su concierto como «un espacio libre de cualquier prejuicio, estigma o sentimiento de odio». Al poco de empezar, Reynolds pidió una bandera LGTBQ de entre el público para alzarla sobre el escenario y tratar de preconizar el respeto y la libertad que pregonaba segundos antes.

It’s Time, Born To Be Yours, Believer, Thunder o Whatever It Takes sonaron también en el concierto, en el que dedicaron unas palabras a su recién fallecido amigo, el rapero estadounidense Mac Miller, y realizaron una versión de Every Breath You Take, de The Police.

Antes de interpretar Demons, el cantante aprovechó para lanzar otro mensaje de esperanza y concienciación contra «los estigmas» que rodean a trastornos psicológicos como la depresión o la ansiedad, sacando las lágrimas a varios de los asistentes. «Yo también he estado ahí«, dijo un emotivo Reynolds: «pero recordad que de todo se sale«.

Especialmente sensible, Reynolds reconoció estar en el mejor concierto que habían vivido en su carrera, que coincide con el final de «una gira de dos años» para la banda. Y supo transmitir toda esa emoción al público, en una de las actuaciones más largas del festival en que nadie, ni en las últimas filas, se cansaron de bailar hasta el último momento. Pero al igual que el fin del verano, también llegó el fin de este concierto y casi el del propio Lollapalooza, para el cual aún faltaba el postre electrónico.

Remate electrónico

Así, el final del festival se saldó con dos propuestas electrónicas paralelas. Los alemanes Kraftwerk, pioneros de la electrónica ofrecieron un concierto con proyecciones 3D. Pese a que el 3D era bastante menos impresionante de lo que me había imaginado, fue toda una oportunidad para un inexperto en la electrónica como yo poder presenciar la magia sonora de esta formación vinculada a los primeros tiempos del género en Europa.

No contaba con quedarme mucho rato en el concierto, pero al final acabé enganchado unos cuarenta minutos a los sonidos experimentales del cuarteto alemán. Aún así, no quería dejar de ver a Kygo, así que me moví al estadio central para ver su espectáculo de luces, fuegos artificiales y sus remixes más populares desde las gradas del estadio, pues la pista estaba a reventar.

Así terminaba una de las últimas noches de verano en Berlín y un fin de semana cargado de emociones, con el pasado y el presente de la electrónica, su vertiente más experimental y la más comercial, sonando al mismo tiempo en un recinto construido en 1936 para unos juegos olímpicos.

Poco antes de acabar su set Kygo, me marché del recinto para evitar el colapso, mientras desde el camino de vuelta al metro resonaba en la distancia el remix del artista de It Ain’t Me, de Selena Gomez.

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