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Crónica del Vida Festival: sábado, 4 de julio del 2015

Polock inauguró el escenario Mediterràniament del club La Daurada, situado en el Moll de Ponent de Vilanova, un sábado 3 de julio de, digamos, 1985. Teniendo en cuenta el calor y el bochorno asfixiante que se respiraba en la pista, conseguir que la gente baile despreocupadamente bajo el sol (o arracimados bajo las sombras de unos toldos finos como la seda) como si fuese una noche de verano en una teen movie es un buen indicador de cómo los valencianos, con casi 3.000 km a cuestas en apenas tres días, fueron capaces de conectar con el público. Cierto es que la hora y el emplazamiento ayudaban, pero tan sólo ayudaban: bajo la canícula, Papu, Sebas, Marc, Alberto y Pablo empapaban de sudor camisas floreadas y con hombreras a juego con el pop de sabor electrónico. Ecos de la new wave y los new romantics resonaban entre el esqueleto rítmico (batería ligera y bajo redondo), los acordes funk y, sobre todo, el sabor peculiar de los teclados, de textura retrofuturista. Con dos referencias discográficas bajo el brazo, destacaron, por méritos propios, Tangles y Freak City, aunque el repertorio en conjunto adoleció de una uniformidad que acabó entumeciendo el paladar y confundiendo una canción con otra.

Tras una leve y comprensible demora, que permitió a la gente refrescarse, asomar la cabeza a la sesión de DJ Monami en la terraza o a hacer vida social, el supergrupo Mi Capitán ocupó el escenario con la insolencia del seductor que se sabe conquistador o la del jugador con la manga repleta de ases. Como tal, la actuación no se salió de la senda de lo predecible: altos niveles de testosterona, liturgia rock manida y un denominador común algo ramplón, como si para estos músicos la diversión implicase una relajación no tan sólo de la experimentación (no pedimos que una entidad de múltiples cabezas entregue una obra à la Sonic Youth) sino del inconformismo que da sentido a las canciones.

Eso no quita que no disfrutásemos del concierto, al contrario: la recepción y la interacción fue entusiasta, clara y diáfana. Pero porque tampoco había nada más: era un mero contrato de obra y servicios entre el grupo capitaneado por Gonçal Planas y un público que disfrutaba de una matiné de música, cerveza y playa. Y, en ese aspecto, Mi Capitán cumplió su cometido sobradamente. La sed, el debut de Fuegos artificiales y la versión de Alta sociedad, de Andrés Calamaro (de quien son claros deudores), fueron claros hitos de una actuación homogénea, ejecutada con músculo y descaro.

El sol castigaba la tarde vilanovina con aún más fuerza que el día anterior, y no había sobra suficiente en la masia d’en Cabanyes para mitigarlo. Los jovencísimos The Zephyr Bones pueden estarle muy agradecidos a los (pocos) sufridos amantes de la música que se atrevieron a acercarse a las cinco y media al escenario La Cabana. Los chicos de los huesos de zafiro ofrecieron una actuación más que correcta, con un sonido más agreste y espinoso que el de su debut Fishes/Dishes, más inclinado hacia el sonido del rock de la Velvet Underground que al noise noventero del que se reconocen deudores.

La cantautora vigatana Núria Graham se metió al público en el bolsillo en apenas una canción y una interrupción, con una naturalidad y una desenvoltura ciertamente envidiables. Poseedora de una exquisita voz de contralto, que arropa con unas composiciones de orfebrería, conquistó el espacio mágico de la barca y el bosque ejecutando un folk de altos vuelos y resonancias telúricas. Serenidad, aplomo y virtuosismo a la guitarra que cautivaba al público mientras, entre canciones, cautivaba con su espontaneidad. Su repertorio se nos antojó a todos corto, incluso a ella, que se quedó asombrada cuando le dijeron que aún le quedaba tiempo para un par más de canciones. Si tuviésemos que escoger un momento del festival de los que se clavan en la memoria, ese sería el de The Sea in Your Eyes.

Tocar en plena ola de calor no debe de ser nada agradable. Si no tienes ni un triste toldo y el sol te cae de frente, toda una violación de los acuerdos de Ginebra, es normal que las cosas no salgan bien. Pero la actitud de Benjamin Garrett, aunque cuente con todos los atenuantes del mundo, no dejó de estar un poco fuera de lugar, con sus continuas puyas a la organización y quejas respecto a la programación. Pájara o ataque de divo, si ya poca gente se aventuraba en el secarral que era la explanada principal a esas horas, Garrett consiguió que unos cuantos perdiésemos el interés en su propuesta de cantautor elegante y crooner, aunque aquejado de cierta afectación, y nos fuésemos, nunca mejor dicho, con la música a otra parte.

Senior i el Cor Brutal fueron los beneficiados por esa actitud del británico y supieron aprovechar la situación. O quizá no, quizá son por defecto así, siempre enchufados sobre el escenario, divertidos, jocosos, deslenguados, participativos. A medio camino entre el folk americano y el rock levantino, y aunque con sabores y concomitancias diferentes, comparten con Grupo de Expertos Solynieve su compromiso, demostrando que se puede esgrimir un discurso político sin necesidad de gritar, sin tampoco ser críptico, y calar mucho más hondo de lo que, por desgracia, hoy en día estamos acostumbrados. El escenario de La Cabana se llenó de alegría, de cánticos, de bailoteos, y València California, El cel de les Illes Caimán y la versión del Fàcil, de Els Pets, se convirtieron en himnos con el rock eléctrico y la voz rasposa de Miquel Àngel Landete.

La política estuvo presente en todas y cada una de las canciones que Nacho Vegas, acompañado a los teclados y al acordeón por Abraham Boba, desgranó en el bosque que se extendía ante El Vaixell. De nuevo, otro de esos momentos mágicos: la poesía descarnada del gijonés mordió en la piel putrefacta de este país y no dejó de apretar y de arrancar jirones hechos de escenas cotidianas y actuales. Una poesía que la voz y la música realzaban en vez de esconderla, casi como si Vegas fuese el alumno aventajado de Aristóteles a la hora de aplicar la prosodia en la composición. Al igual que Senior, demostró que no es necesario el grito, que tan potente puede ser el susurro, la rima y la metáfora para decir las cosas bien claras, como en Actores poco memorables y Polvorado. Y también para destripar nuestras contradicciones en exploraciones introspectivas y enigmáticas como Cómo hacer crac y Ciudad vampira. Abraham Boba le proporcionó a Nacho Vegas unos cimientos firmes con los teclados para que pudiese subrayar con elegancia los versos con la guitarra. Se hace difícil destacar una canción por encima de las demás, pues con cada una de ellas Vegas, cual mago de la Tierra Media, no aflojó el hechizo y mantuvo el silencio reverente al largo de todo el concierto; aunque si tuviésemos aquí también que quedarnos con un momento álgido sería el Runrún dedicado al Patio Maravillas. La gran broma final puso el broche a un concierto memorable.

Hay que reconocer que, si había un músico al que calificar de auténtico virtuoso en el cartel, ese fue Andrew Bird. Incapaz de dejar una canción siquiera similar a como suenan en sus discos, y aun así mantener su idiosincrasia intacta, el de Illinois y su banda tomaron el escenario La Masia durante la puesta de sol. La elegancia y la heterodoxia en la estructura de las composiciones, en las que la improvisación jugó un papel relevante, fueron la seña de identidad de un concierto que transitó por un folk de raíces tradicionales y espíritu rupturista, luminoso aunque críptico. Pulaski at night, Three Wild Horses y Plasticities le sirvieron para dar rienda suelta a su estilo juguetón y revitalizador y a demostrarnos el dominio tanto del violín como de los loops. También demostró que, aunque tarde, supo dominar la guitarra y nos obsequió con un delicioso A Nervous Tick Motion of the Head, para acabar con un exuberante Danse Carribe.

A la hora del crepúsculo Twitter se llenó de comentarios sobre Josh Tillman, aka Father John Misty y la forma particular que tiene de desplegar su bastante exuberante carisma en el escenario. La palabra que más abundaba era, perdonen ustedes la expresión, mojabragas. Y aun a pesar de su actitud de seductor consciente de serlo y sin abuela desde bien pequeño, y algún que otro comentario fuera de tono (que no de lugar, por lo visto), Tillman no se dejó el resto de sus armas en el backstage, sino que fue generoso tanto con la voz como en entrega y en fuerza, arropado por una banda de una calidad y una fortaleza impecables. Desde los primeros compases de I Love You, Honeybear fue en busca de la épica intimista y se supo con la victoria en sus manos desde el principio. Only Son of the Ladiesman dio un poco de tregua a un público entregado, aunque uno de los momentos más esperados, Bored in the USA, fue uno de los momentos álgidos de todo el festival para acabar arrancando los coros más sentidos con The Ideal Husband.

A Woods le pesó la amarga papeleta de reavivar los ánimos tras el ramalazo épico de Father John Misty. No se dejaron amilanar y, aunque empezaron de forma un poco átona, en seguida se concentraron en el folk y la psicodelia que son su seña de identidad inconfundible, como en Cali in a Cup o Bend Beyond, donde la improvisación llegó a niveles hipnóticos. Moving to the Left proporcionó uno de los instantes más mágicos del set, que remataron con nueve minutos de With Light and With Love, pura americana de guitarras orgánicas que acabó en un in media res absolutamente desconcertante.

Primal Scream ofrecieron un recital desigual. Arrancaron con un 2013 que nos descubrió un conjunto desconjuntado, valga la redundancia. Sin pegada y en un escenario que se les hacía grande, ya podía Bobby Gillespie contonearse y corretear que aquello no funcionaba. No fue hasta Jailbird que asomaron los Scream más auténticos, y no la banda que quiere imitar a Primal Scream pero con sabor de rock de estadio. Fue una auténtica pena ser testigos de cómo resisten con los réditos del pasado mientras que las composiciones más modernas han perdido el mordiente y el mojo de los noventa. Aun así, hay que reconocer que Loaded, Higher than the Sun e incluso la más reciente Country Girl son canciones inconmensurables, difíciles de estropear aunque pongan todo el empeño en ello.

Pero también son muchos años de experiencia a cuestas, y al final consiguieron reconducir el concierto a un nivel aceptable, dando concesiones al público y con un Gillespie suficientemente motivado como para lanzarse al público y patearse el escenario hasta conseguir hacer vibrar al personal. Podría haber sido un concierto memorable y se quedó en uno que no estuvo mal del todo. Quedémonos con esos buenos momentos.

En la recta final del festival, los Mambo Jambo hicieron que frente al escenario La Cabana se levantase una polvareda no apta para respirar. Rockabilly sin mayores complicaciones en mano de cuatro amantes del género. Ritmo, sabor añejo, sudor y músculo, una combinación ideal para un fin de fiesta que se alargaría hasta altas horas de la madrugada.

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