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Azkena (Viernes): La rabia de D Generation, la atmósfera de Black Mountain y la magia de L7 dominan el viernes

Era inevitable irrumpir en Vitoria con una mezcla de emoción y expectación máxima. Ya en los aledaños del recinto de Mendizabala, a primera hora de la tarde del viernes. se respiraba ambiente de cita especial, de jornada con ingredientes y potencial para pasar al primerísimo plano de la leyenda del Azkena Rock Festival, ese que comenzara a ocupar en 2003 la reunión de los Stooges y el concierto de Steve Earle con The Dukes o, ya en posteriores ediciones, las inolvidables citas con Social Distortion, Drive-By Truckers, Queens Of The Stone Age, Pearl Jam, Soul Asylum, Black Crowes, Chris Isaak o Kiss. Experiencias todas ellas que han consagrado a este festival como uno de los más importantes del país y provocado la más romántica adicción a los seguidores del rock en el sentido más diverso y atemporal del término.

En estos últimos años el interés y la personalidad del festival se mantuvo, pero se echaron en falta apuestas más especiales, más seductoras y alejadas de lo previsible. El presente cartel, en cambio, para regocijo de su audiencia más fiel, suponía, en líneas generales, una agradable mejora, otro alarde de gusto exquisito a la hora de reivindicar grupos que difícilmente en otro entorno masivo hubieran tenido capacidad para lucirse. Fue duro observar en el diseño de los horarios cómo sería imposible verlo todo por el solapamiento de muchas actuaciones. Así, The White Buffalo y Lee Bains III no tendrán el seguimiento merecido en este espacio, pero según palabras y emociones expresadas por los fans que sí los presenciaron ambos se exhibieron. Los primeros bordaron su rock americano, acometieron varios de sus pequeños hitos como Wish It Was True o The Pilot y Jake Smith confirmó también en directo que es uno de los cantantes más conmovedores en su estilo del momento. El que fuera cantante de los Dexateens, por su parte, plasmó con admirable crudeza y rabia su repertorio, de poso country pero cada vez más colmillo punk. En fin, circunstancia dura la de estos solapamientos, otra banda que también rayó a buen nivel como The Last Internationale también hubo que obviarla, aunque no deje de ser otra evidencia de lo atractivo del cartel. Afortunadamente, el sacrificio no fue en balde. Con permiso de L7 cerrando la brillante jornada, los dos triunfadores fueron precisamente los elegidos en las disyuntivas: D Generation y Black Mountain, actuaciones diametralmente opuestas pero que debieron de llenar de orgullo y placer a todos y cada uno de sus fans. No fueron perfectas, pero fueron los que más se acercaron.

Antes, The Dubrovniks constituyeron el primer plato fuerte del Azkena. Esta inclasificable banda australiana, que concilia hard-rock y pop con admirable exquisitez, es una de las más infravaloradas que han pisado Vitoria en estos últimos años, y se esperaba su concierto con bastante entusiasmo entre su fiel legión de seguidores. Su rendimiento escénico, en cambio, estuvo por debajo de lo que ofrecen en estudio. La puesta en escena fría y lo inevitablemente ajado de sus componentes no ayudó, pero fue peor percibir lo poco convincente que sonaron sus canciones más delicadas. Holy Town fue un doloroso ejemplo de ello. En cambio, su registro más enérgico si rayó a buen nivel. Así, Audio Sonic Love Affair, She Got No Love, Love Is On The Loose Tonight y, especialmente, French Revolution, una pequeña joya que parece arrancada del Electric de The Cult, fueron bastante correctas y disfrutables. JD McPherson, por su parte, sufrió un sonido algo flojo y enmarañado y desde luego su elegante propuesta se disfruta más en un pequeño y sombrío club nocturno, pero cumplieron y ofrecieron a la audiencia su colección de temas rockabilly, un conjunto de canciones que retotraen inevitablemente a los años 50. La flamante Let The Good Times Roll, que por supuesto interpretaron, suena a clásico instantáneo de ese nostálgico estilo.

A continuación, y además de la diáspora que fragmentó a los asistentes entre las inmediaciones de los escenarios de D Generation y White Buffalo, existió una mezcla de ilusión y nerviosismo; se llegó a la primera cita cumbre del Azkena. La banda liderada por el neoyorquino Jesse Malin dejó un impecable recuerdo tras su paso por el Turborock en 2011, y existía un lógico temor a que la pasión y la actitud desplegadas entonces hubieran menguado. Conviene recordar que aquella fue una gira de retorno tras muchos años inactivos y que la banda no publica disco desde 1999. Ausente el plus motivacional del retorno y con la continuidad compositiva y escénica cada vez más alejada en el tiempo prácticamente cualquier banda hubiera sonado mermada, fuera de momento. Afortunadamente, no fue el caso. D Generation no es precisamente una banda cualquiera, sino más bien una firme candidata a mejor banda de punk-rock de los últimos treinta años. De hecho, en términos de actitud y esencia, el concierto fue una réplica de lo vivido hace cuatro años, y no anduvo nada lejos de sus explosivas puestas en escena de su época de esplendor. Jesse Malin mantiene la estampa, la fogosidad y el brío, y el resto de componentes le respaldaron con mucha solvencia y carácter. Faltó un entorno más propicio, más íntimo, que es el idóneo para una banda de estas características, y algo más de entusiasmo entre el público, que excluyendo a algunos enloquecidos fans de las primeras filas, no creó la atmósfera y la magia que sí gozarían por ejemplo unas horas después L7, y que Malin y compañía merecerían en su misma intensidad. Pero a la banda, poco o nada que objetar. Presentaron tres canciones que integrarán su inminente nuevo álbum, y aunque podían haber ocupado ese espacio con algunos trallazos que omitieron como Disclaimer, Hatred o Only A Ghost, y el nivel del concierto ya hubiera sido escandaloso, su pinta fue buena. Sobresalieron, entre otras, Degenerated, She Stands There y Feel Like Suicide. Su debut fue el más reivindicado y, aunque no sea su obra más impactante, esa apuesta por sus raíces deberían disipar las dudas sobre la autenticidad del grupo hasta al más escéptico. Su traca final, con No Way Out y Frankie, una de las más apoteósicas de la historia del festival, directamente, deberían empujar a cualquier asistente no iniciado en la banda a darles una oportunidad.

Television tenía complicado mantener el nivel tras los encomiables esfuerzos de D Generation y The White Buffalo, pero tiraron de oficio y leyenda para cuajar un show bastante competente, superior al que en esta misma ciudad y escenario desplegaron en 2005. Mejor sonido, más intensidad, más seducción. Tom Verlaine es consciente de haber creado en 1977 una obra crucial en el devenir de la música como Marquee Moon, la típica obra con capacidad para minimizar la carrera de su propio creador, y obviamente el concierto fue una reivindicación de principio a fin, aunque en orden aleatorio, de sus canciones. Como en estudio, lo más llamativo fue deleitarse con la telaraña de melodías de guitarras desplegada por la banda y ese pintoresco cruce de punk más seminal y esquemas compositivos muy jazzísticos, que en su momento convirtieron a Television en una suerte de versión refinada e intelectual de los Stooges. No faltó, insistimos, nada del aclamado disco y el sonido, cristalino, les acompañó. La canción que lo titula fue, seguramente, su lance más brillante.

Acto seguido, Black Mountain inició uno de los conciertos más polémicos de esta edición. El debate lo provocó el hecho de que sus setlists más recientes ignoraban por completo el Wilderness Heart, su disco más rockero e inmediato, y estaban protagonizados por su debut, menos accesible, más psicodélico. Existía temor a no estar a la altura del legado, a dejar muchos temas de primer nivel de su discografía en el tintero, incluso en última instancia a aburrir. Nada de eso sucedió. Esta singular formación canadiense, que parte del rock de los 70’s para componer un abanico de sonoridades muy diversa y estimulante, redondeó un concierto hipnótico, lleno de clase y estilo, donde lo que eligieron, lo que omitieron y lo que divagaron importó mucho menos de lo esperado porque todo ello fue tan estimulante como insólito. Tanto definiendo contornos, como en la majestuosa Wucan, como tirando de lisergia y paroxismo en No Hits, una canción que no llega a los siete minutos y que debió de ocupar cerca de media actuación, Black Mountain salen reforzadísimos de Vitoria. Mención especial a su antológico sonido y al perturbador magnetismo de su vocalista, Amber Webber, una mujer poseedora de una hermosísima voz y que no necesita moverse para desprender aura y hechizo.

Tras este nuevo punto álgido, tocó bajar el nivel con ZZ Top, el cabeza de cartel de la jornada. Nadie duda de su importancia en estas últimas décadas dentro del blues-rock, y desde luego tienen una colección de hits más que disfrutables y que ha sabido adecuarse a cada época con buen criterio, pero parece, y es lógico, que el tiempo está venciendo a este entrañable power trio de kilométricas barbas y capitaneado por Billy Gibbons. Ofrecieron lo que acostumbran las varias veces que han pisado los escenarios españoles, sn demasiadas sorpresas para los fans. Así no faltaron temas emblemáticos como Jesus Jesus Left Chicago, Sharp Dressed Man o Gimme All Your Lovin’, y el bis de rigor con La Grange y Tush. Sí faltó, en cambio, algo más de fluidez y entusiasmo sobre el escenario y, especialmente, un volumen más alto. Este último escollo también lastró el broche final del día, el esperadísimo concierto de L7, pero no impidió que Donita Sparks, Jennifer Finch, Suzi Gardner y Dee Plakas sembraran la locura entre la audiencia. Hacía bastante tiempo que en Vitoria un concierto no creaba una atmósfera más mágica y especial en los minutos previos entre los seguidores. Nada que ver con las asépticas concentraciones de presuntos fans que pueblan las primeras filas de no pocos conciertos actuales, aquí se respiraba fervor, pasión, amor incondicional e incluso peligro, eso con lo que uno se topaba cuando iba a conciertos hace dos décadas y no quedaba del todo claro si sobreviviría a la experiencia. En definitiva, se olía la magia. Con Smell The Magic, así nacieron los 90’s para L7, así ellas ya supieron presagiarlo. Y el concierto fue un absoluto festín para los fans de ese infravalorado álbum y del posterior, Bricks Are Heavy, su obra más elogiada. Quizá descuidaron algo Hungry For Stink y The Beauty Process, sus dos entregas posteriores y que rayan a un nivel muy semejante, pero también, al igual que con D Generation, fue sintomático de integridad este homenaje a su fase más primeriza. Una canción como Andres, por ejemplo, que llegó al comienzo, sonó indecentemente mal, y en líneas generales una propuesta así hubiera merecido un volumen más aplastante, aunque al menos y poco a poco el sonido se fue acoplando. En cualquier caso, la actitud de ellas fue irreprochable, su sangre en el ojo aún brillaba, especialmente en los de Sparks y Finch, las que seguramente mejor desafíen el traicionero paso del tiempo. No faltaron acometidas esperadas como las de, entre muchas otras, Scrap, Fuel My Fire, Monster, Freak Magnet, Shove o Shitlist. Tampoco su canción más popular, Pretend We’re Dead. La colocaron en el bis y podían haber cerrado perfectamente con ella y, aunque no deje de ser un detalle secundario, hubiera tenido un punto previsible y académico poco apetecible. Apetecía más, obviamente, un cierre desbocado con Fast And Frightening, probablemente la cumbre de Smell The Magic, uno de sus temas más crispados y memorables, y que aún no había sonado. Así fue, y la puntilla para terminar de matar de placer al fan fue impecable. Lo mantienen todo: temperamento, imagen, hambre. Crucemos los dedos por una gira por salas donde puedan sacar aún más potencial a sus virtudes y la magia huela ya hasta la posteridad.

Foto: Musicsnapper

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