InicioConciertos - ArchivoAzkena (viernes): Fogerty roba focos y corazones

Azkena (viernes): Fogerty roba focos y corazones

Es bastante probable que existan algunos entornos más propicios que el Azkena Rock Festival para cazar nuevos talentos, para defender la idea tan entrañable como disparatada de que la música de nivel encuentra relevos y renovación cada año. Ahora bien, si existe un evento hoy por hoy en este país que permite alimentar la esperanza de que las discografías con mayor empaque de las últimas décadas mantienen vigencia y fulgor sobre un escenario y sobreviven al impacable paso del tiempo, cuesta imaginar otro más efectivo. Tan enraizado en el pasado y adherido, en el mejor de los sentidos, a la nostalgia como orgulloso de su personalidad, el Azkena Rock Festival, curiosamente, y más tras una edición tan espléndida como la que nos ocupa, parece tener más salud y futuro que nunca. Los indicios son incontestables. La paradoja, muy hermosa.

Al franquear las puertas de acceso la tarde del viernes, no obstante, la incertidumbre resultaba inevitable, casi tanto como la melancolía. Diversas figuras importantes de la música como Greg Allman, Sharon Jones, Greg Lake o el promotor Javier Ezquerro lucían en los flancos de los escenarios, en merecido tributo a sus recientes desapariciones. Al llegar al principal y contemplar en la izquierda a Chuck Berry feliz y desatado, un tipo que junto a unos pocos compañeros de generación inventó el rock, la gratitud inspirada por este impagable artífice era máxima. Al ver a Chris Cornell al otro lado, principal propulsor de la última escena de verdadero relieve en este género, muerto de una manera tan prematura y atroz, la perturbación era máxima. La sensación de círculo cerrado fatal e inexorable que formaban ambas imágenes costaba asumirla. Ignorar la profunda desazón que transmitía la estampa de Cornell, asumir que ese simbólico epitafio ha llegado ya, era directamente imposible.

Atravesada por ese sentimiento crematístico y bajo la nube negra de los diferentes recuerdos y arraigos de cada cual, una edición floja, en estas circunstancias, hubiera sido especialmente cruel. Afortunadamente, nada de eso sucedió. El rock garajero de los Godfathers, a primera hora de la tarde, calentó motores adecuadamente. Soulbreaker Company, por su parte, volvieron a demostrar que son una de las bandas más fiables y creativas de este país en lo que concierne a inyectar vigencia y frescura al rock de raíces 70’s. La primera cita de verdadero impacto en el cartel, al menos a priori, llegaría un poco después, con King’s X, en lo que curiosamente se saldó como la principal decepción del festival, así como, según pudimos comprobar felizmente a posteriori, quizá la única. Las matizaciones se imponen, no obstante. Ni el saturadísimo sonido, con un bajo omnipresente, ni el clima del público contribuyeron a caldear la experiencia. Era fácil adivinar que una sala poblada de fans enardecidos hubiera tocado la tecla adecuada de esta banda, y la retroalimentación se hubiera producido. En cualquier caso, y pese a que estos músicos quedaron lejos de lucir con fidelidad todas sus virtudes, la actuación, con esa permanente navegación entre hard-rock, metal y progresivo, deparó momentos muy vibrantes, especialmente la sublime Over My Head. Mención especial para el líder del grupo, Doug Pinnick, quien dejó atrás su peinado mohawk hace unos años para incorporar un rasgo estético quizá menos epatante en lo visual pero bastante más meritorio, y es el de la insultante conservación física. Asistir a uno de sus conciertos actuales y descubrir que le faltan pocos años para cumplir setenta impresiona casi tanto como desconcierta.

Cheap Trick, a continuación, y cuando el crepúsculo comenzaba a teñir de oscuridad el cielo vitoriano, volvieron a brillar, aunque con algo menos de rotundidad que en su magnífico despliegue de 2011, en idéntico recinto y escenario. Ni los instantes enérgicos tuvieron la misma garra ni los sentimentales sonaron tan engrasados y evocadores, pero lo cierto es que su luminosidad volvió a resultar contagiosa. Pasan los años, se suceden las décadas, y escasísimos repertorios que puedan adscribirse al género de power pop son capaces de resistir un asalto con el que abanderan Rick Nielsen a la guitarra, Robin Zander al micrófono y el bajista Tom Petersson. Dicho de otra manera, Cheap Trick ha conciliado mejor que la inmensa mayoría la delicadeza del pop con el ímpetu del hard rock, una combinación que no en pocas ocasiones ha deparado traiciones o domesticaciones difíciles de asumir. Un cínico podría observar de esta banda que sonríe demasiado, y razón tendrá, pero también tendrá que admitir que es difícil sonreír tan bien. En cualquier caso, nueva demostración de solidez y fiabilidad de Cheap Trick, así como de la capacidad de generar algunos de los mayores picos de entusiasmo entre la audiencia (Surrender, Dream Police, The Flame) de todo el festival.

Los suecos Hellsingland Underground, acto seguido, inauguraron el generoso catálogo de conciertos inolvidables del festival. Si hay que encontrar un punto de inflexión donde el festival adquiere vuelo y en el que prácticamente cada actuación se cuenta por victoria, podemos perfectamente hallarlo aquí. También es razonable situar en este lance, y aunque esto a veces está sujeto a percepciones muy personales, además de a las diferentes ubicaciones en la que uno se encuentra ante el escenario, la sensación de que el sonido satisfactorio, pleno y cristalino comenzaba a ser una maravillosa constante en el festival, algo que por desgracia no puede decirse con tanta vehemencia de alguna de las ediciones anteriores. Esta banda sueca, en cualquier caso, aprovechó la coyuntura delicada que les obligó a solaparse con sus compatriotas Graveyard y firmaron un concierto de rock con mayúsculas, impregnado de sentimiento y pasión, y con un póker de ases en forma de canciones que tiró de espaldas: The Lost River Band, Dizzy Jonsson & The Rovers, Golden Haze y Evil Will Prevail, cuatro de sus composiciones más deslumbrantes del tirón, sin respiro y en impecable sucesión. Su manera de partir de sonidos del rock típicamente americano de raíces e imprimirles imaginación, finura y voz propia es digna de admiración, y sobre un escenario, para deleite de los asistentes que sembraron la euforia en las primeras filas, la banda no perdió un ápice de poder de seducción.

Pasada la medianoche, John Fogerty no sólo continuó la reivindicación de las raíces americanas y el estado de gracia en el que parecía instalarse el festival sino que, por muy diversas razones, ofreció la actuación más emocionante del día, y tal vez también de todo el festival. Flanqueado por la risa de Chuck y la mirada lacerante de Cornell, el líder de Creedence Clearwater Revival, otro precursor, otro impagable artífice del mejor género musical de la historia, desgranó su artillería de clásicos como si quisiera hacerse un hueco en la industria y empezar a vivir de esto, como si necesitara derribar alguna puerta, como si le resultara indispensable ser reconocido y captar fans. No sólo contemplábamos, pues, un concierto magnífico; también un conmovedor ejercicio de humildad. Si una simple cuarta parte del hambre y entusiasmo que derrochó este hombre pudiera encontrarse en los escenarios que pisan los presuntos salvadores veinteañeros y treinteañeros de la música actual, el mundo sería un sitio infinitamente más cálido y habitable. Con su camisa azul de cuadros, sus arrebatadas maniobras con la guitarra y paseando su traviesa mirada por la audiencia, el concierto de Fogerty permitió escuchar interpretaciones óptimas de clásicos inmortales como Up Around The Bend, Lookin’ Out My Back Door IFortunate Son, entre muchas otras canciones superlativas que este compositor de primerísimo nivel regaló al mundo hace casi medio siglo, así como paladear una vivencia especial y edificante. El broche a esta primera jornada, minutos después, lo pondrían los Hellacopters, con un intachable y por momentos magnífico concierto de rock en el que se agradeció el protagonismo de los dos primeros y explosivos discos de la banda y el habitual carisma de Dregen con su guitarra, pero quien puso el listón en las nubes y el pellizco en el corazón fue Fogerty.

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