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Azkena (Sábado): Wovenhand se impone entre los despliegues metálicos de Mastodon y Kvelertak

Tras una jornada tan estimulante como la del viernes, el Azkena tenía dificil mantener su nivel un día después. De tintes más metálicos y luciendo una oferta de conciertos ligeramente menos excitante en general que la primera fecha, el sábado resultó ser otro día plagado de grandes momentos y de incómodas coincidencias horarias, especialmente la de Kvelertak y Wovenhand. Estos últimos, con un David Eugene Edwards especialmente magnético, ofrecieron el concierto más rotundo y destacable, aunque la recta final de la banda noruega, con su cantante Erlend Hjelvik manteado por el público y descerrajando su artillería metálica a destajo, fue muy contagioso y desató tal vez la mayor euforia colectiva junto a la de L7. Cracker y Mastodon, aunque en sendas actuaciones mejorables, también gustaron y fueron otro de los grandes focos de atención de esta segunda jornada.

Eagles Of Death Metal, proyecto que lidera Jesse Hugues y en el que interviene Josh Homme, de Queens Of The Stone Age, fueron el primer nombre de relieve y la banda de hard-rock ofreció un concierto agradable, sin muchas pretensiones de ofrecer canciones redondas pero sí con afán de divertir y calentar el ambiente. Los pocos seguidores allí congregados parece que lo lograron. A continuación, Cracker, una de las bandas con una discografía más sólida, equilibrada, regular, fluida e impecable que ha conocido el rock americano en toda su historia y que despierta menos admiración de la que sin duda merece constituían la primera cita obligatoria del sábado. One Fine Day, preciosa canción del que tal vez sea su disco menos inspirado, Forever, inauguró la actuación y las vibraciones no pudieron ser mejores. La banda irradiaba química, energía, compenetración. Se notaba que disfrutaban. Y tal vez, curiosamente, eso les acabó desluciendo. Abusaron mucho del tema coreable, de su vertiente más lúdica, y ningunearon su registro más íntimo, más evocador, ese en el que esta banda marca las verdaderas diferencias y que han reivindicado en sus discos desde el primero hasta el último, con especial acierto en Greenland, su obra más incomprendida y quizá más emocionante de todas. Buscaron mimetizarse con el entorno, aligerar repertorio y planteamiento y ofrecer un concierto distendido a plena tarde para que un público no formado exclusivamente por fans disfrutara de la propuesta. El oficio y la calidad de David Lowery y Johnny Hickman es tan indiscutible que por supuesto lo lograron y la actuación fue competente. No faltaron clásicos de la banda como Low o Euro-Trash Girl que fueron vitoreados a pleno pulmón, pero fue inevitable añorar algo más de oscuridad y reflexión, de atmósfera melancólica, de la escuela de su emblemática e irresistible Big Dipper. Fue una versión de Cracker muy ligera, incluso, aunque en el sentido menos peyorativo posible, algo frívola. El tema con el que remataron la faena, El Cerrito, no contribuyó a disipar esta impresión.

Red Fang y Reigning Sound, a continuación, aparecieron a la vez, y si bien ninguna resultó desbordante, sí ejecutaron con bastante solvencia sus propuestas. Los primeros, unos Mastodon de perfil bajo, sonaron con mucha potencia y garra. La recta inicial de la actuación impresionaba por su contundencia y por la entrega de sus componentes, pero superado el impacto la actuación comenzó a estancarse y, pese a su aceptable nivel, el interés menguó. Llegó la oportunidad de cambiar de registro radicalmente y apostar por la sutileza soul-rock de Reigning Sound. Banda con mucha clase y finura que cumple en directo pero tampoco eleva especialmente las canciones. El estatismo y una cierta frialdad en sus miembros tampoco ayudó. Salvo algunos incondicionales, el entorno tampoco les arropó especialmente.

Con Mastodon, en cambio, sí existió una comprensible expectación. Son la banda de metal más aplaudida y encumbrada de los últimos diez años, lo que, escuchando sus canciones, revela a partes iguales el innegable talento que poseen y lo alejado que está ese estilo de su momento álgido. Si bien su calidad instrumental está muy por encima de la media en el género y muchas de sus composiciones rebosan creatividad, brío y una muy agradable imprevisibilidad, sus vocalistas no son precisamente de la estirpe de Rob Halford o Phil Anselmo y su evolución a sonidos y atmósferas más accesibles, a composiciones más directas y standard, ha disgustado a mucho fan de toda la vida. En un alarde de coherencia con los tiempos, la banda estadounidense se centró en su último disco, Once More ‘Round The Sun, lo que provocó que una gran parte de referencias indispensables para el fan primerizo como The March Of The Fire Ants, Oblivion o Blood And Thunder se quedaran en el tintero. No hubo casi espacio para la guturalidad y los ramalazos progresivos de antaño y sí para sus temas más recientes, donde se entremezclaron pelotazos muy acertados como Motherload y Blasteroid entre mediocridades alarmantes como Ember City. Troy Sanders al bajo y Brann Dailor a las baquetas, además de a las voces, rayaron a buen nivel, le echaron ganas y contagiaron a una audiencia entregada a los pogos y al frenesí, quizá más de lo que merecía el repertorio. En cuanto a los guitarristas, Bill Kelliher se limitó a cumplir y Brent Hinds, apagadísimo, ni siquiera lo logró, especialmente cuando le tocaba cantar; a veces parecía que el concierto iba a acabar con él. En fin, concierto irregular, al que poner peros, pero con momentos aislados bastante potables. Quien mantenía aún las energías para poguear y compartir sudor y colisiones tuvo una dosis con el punk-hardcore a piñón fijo de Off! Aquellos más tendentes a los sonidos más finos y melódicos se decantaron por John Paul Keith, un músico que combina diversos estilos como country, pop y soul y al que se le emparenta artísticamente con Elvis Costello y Buddy Holly

A Ocean Colour Scene les tocó a continuación lidiar con un cúmulo de adversidades, entre las que sobresalía la ausencia de un miembro tan crucial en su sonido como el guitarrista principal, Steve Cradock. Una coyuntura temporal muy alejada de su momento creativo álgido, que fue el brit-pop de los 90’s, y un festival con un perfil de asistente poco propicio para entregarse a ellos se confabularon y la banda de Simon Fowler no pudo sobreponerse. Muy lejos de su mejor versión, y sin la seguridad y el aplomo de giras anteriores por razones obvias, existió pese a todo un repaso muy completo a sus clásicos y algun lance bastante rescatable como Robin Hood.

Por último, y como se apunta arriba, dos citas sumamente atractivas y dolorosísimante solapadas. Al igual que un día antes, la renuncia de casi todo el concierto de Kvertelak sirvió al menos para presenciar un concierto imponente de una de la bandas más en forma del momento y que mejor ha sabido reinventarse. Se percibió en Refractory Obdurate, su último disco y uno de sus cénits compositivos, y se ha confirmado en directo, tanto en salas como aquí. Esa espiritualidad más inherente a sus primeras obras, y que quizá definían mejor que cualquier otro ingrediente la personalidad del grupo, ha dado paso a un rock agresivo y truculento, pero la mística y la calidad se mantienen. También el aura de David Eugene Edwards, al que se le nota cada vez más suelto erguido, posición que estrena en esta gira después de irrumpir sentado en sus giras anteriores. En su gira de pequeños escenarios el año pasado no impresionó tanto como sobre su butaca, quizá por lo novedoso de la impresión, tal vez porque aún estaba acoplándose a esta nueva apuesta, pero en Vitoria volvió a ser el que asombrara en este mismo recinto en 2009: idéntico aura, misma mímica atormentada. En términos de carisma escénico tiene poquísimos rivales en la actualidad. Su concierto fue absorbente de principio y a fin y aunque tuvo un bajón con Corsicana Clip, que sonó inesperadamente mal en mitad de la exhibición, el público acabó satisfecho y especialmente entregado con Field Of Hedon o Good Shepherd. Cierran con una traca final formada por Long Horn y Masonic Youth y el concierto hubiera sido una apoteosis en toda regla. Su reducida duración, al menos, sirvió para presenciar la recta final de los noruegos Kvelertak y comprobar que su metal en directo suena como un cañón y que su vocalista Erlend Hjelvik es un animal escénico e imprevisible. No salió con un búho incrustado en la cabeza, como acostumbra, pero se tiró al público y se vació de principio a fin. Están en su momento de ebullición, se percibía, y verles en una sala puede ser una maravillosa hecatombe que inspira bastante morbo y apetencia. Con ellos, con su efusividad, con su ilusión, se llegó al adecuadísimo y merecido final que merecía esta edición, la mejor de los últimos años, la que vuelve a colocar al Azkena en la primerísima fila de festivales españoles, esa que lideró la década pasada y de donde esperemos que no salga nunca más.

Foto: MUSICSNAPPER

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