InicioConciertos - ArchivoAmamos a estos gigantes. David Byrne y St. Vincent

Amamos a estos gigantes. David Byrne y St. Vincent

Lugar: Sala Gran de L’Auditori de Barcelona
Fecha: 7 de septiembre del 2013
Promotora: Primavera Sound y ConcertStudio

Cuando sales de un concierto con una sonrisa imborrable en el rostro y un recuerdo indeleble en la memoria, no cabe lugar a dudas: has asistido a uno de los mejores espectáculos de la temporada. Quién sabe si de la vida.

Porque eso es lo que propusieron el escocés David Byrne, líder de los míticos Talking Heads, y la texana Annie Clark, el asombroso talento musical y compositor detrás del apodo St. Vincent. Un espectáculo, ni más ni, sobre todo, nada menos. Así de claro lo dejó Byrne cuando se dirigió al público minutos antes: un espectáculo del cual están muy orgullosos, que ofrecían al público con júbilo y generosidad. Así que por qué no disfrutar de él en todo su esplendor y empeñarse en verlo a través del smartphone o del iPad para quedarse con un recuerdo digital, una necesariamente pálida sombra (como las sombras de la caverna de Platón) de lo que se ofrecía en el escenario.

El consejo tuvo que funcionar, o quizá el magnetismo de lo que se vio y vivió en el escenario, sobrio en lo escenográfico y rico en significado, deslumbró a los asistentes, pues tanto platea como anfiteatros quedaron huérfanas de pantallas y flashes hasta los inevitables momentos históricos, y los molestos gadgets durmieron una breve siesta con ovejas eléctricas en sus respectivos bolsillos. La Sala Gran de L’Auditori rozó el lleno, a pesar de que algunas entradas no eran aptas para todos los bolsillos, y que vio cómo en sus butacas reunía familias de padres nostálgios e hijos tirando a hípsters.

Señalar que la obra que presentaba el dúo, Love This Giant (4AD, 2012), no se trata ni de una frivolidad ni, desde luego, de un plato para todos los gustos. El sonido de big band y los aires vagamente antillanos bajo la estética artie puede resultar extraño a oídos inexpertos. Así que, si los párrafos anteriores parecen una rendición de fan incondicional, no se lo piensen: a pesar de los comentarios elogiosos que había oído sobre el espectáculo (siendo uno de ellos, de buena amiga guionista y de criterio impecable, que los asistentes «salen de la sala más luminosos»), era escéptico respecto a la traslación de un disco sutil pero con un punto demasiado denso, como masticar varios polvorones a la vez en medio de un secarral.

Podría hablar del talento de Byrne, cuya voz suena con el mismo timbre y la misma convicción que en su juventud, o en el magnetismo de una inmensa Clark, partenaire a la altura del prestigio del cabeza parlante, y que sufrió la injusticia (inevitable, por otra parte) de que sus canciones no recibiesen la misma ovación que las de Talking Heads. Pero tan importante o más en dar vida resultaban los miembros de la banda que los acompañaba, batería, teclado y ocho vientos: sendos soberbios músicos perfectamente integrados en el espectáculo.

La banda brindó generosidad, derrochó talento y, hay que subrayar, ejecutó la más precisa de las coreografías; así, cada canción adquiría una tonalidad propia y una experiencia única para el asistente, en la que aquella veía cómo la plástica corporal y grupal expandía los límites de la narrativa musical, y espacio, tempo, luces y sombras se incorporaban cual elementos constituyentes de ritmo y melodía, como si transmutasen en la misma carne y la misma sangre que forman las notas, ya fuesen de cuerda, percusión o metal. Esto que parece, así contado, más la descripción de una epifanía que no la crónica de un concierto no deja de ser la plasmación más fidedigna del momento actual en la evolución del genio inquieto de Byrne, quien, hace tres décadas y media, inició un camino inconformista y experimental que no parece tener fin ni trazos de agotarse, ni límite en la capacidad de sorprender y de innovar.

Byrne nunca ha dudado a la hora de unir esfuerzos a los más variados talentos y zambullirse en proyectos arriesgados y personales. En Annie Clark tiene, sin lugar a dudas, uno de los más valiosos reflejos: inquieta, cerebral e intuitiva a la hora de crear hipnóticos pasajes emocionales, esta aventajada alumna del art-rock estableció una complicidad con Byrne que ayudó a crear esa atmósfera de reunión familiar en que acabó convirtiéndose la sala noble de L’Auditori.

Sonaron buena parte de los temas de Love This Giant, por supuesto; con un Byrne ejerciendo de robótico (pero robot de peluche, de metal suave y blando) maestro de ceremonias, y Clark proporcionando el nervio eléctrico y la voz vibrante a una entidad, la banda, de la que renunciaban a ocupar el centro de atención más que en contadas ocasiones, aquellas en las que ejecutaban canciones de sus respectivos repertorios. Así, Cruel, Chloe in the Afternoon y Cheerleader adquirieron una inusitada calidez y ligereza, mientras que los clásicos de Talking Heads provocaron el delirio y la pérdida de compostura del público (el moderno y, sobre todo, el nostálgico), a ritmo de Wild, Wild Life, a grito pelado en Burning Down My House o, ya en modo coral, con el emotivo cierre de Road to Nowhere.

Efectivamente, quienes vivimos esa noche salimos del recinto… más luminosos, sí. No hay mejor definición de lo que sucedió esa noche. Luminosidad.

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