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Alcest amaga y Toundra golpea en Madrid

Velada de exaltación del rock instrumental y etéreo más pujante, de emociones, de contrastes y de debate permanente. Más allá de que en el madrileño Palacio de los Deportes, de mercantil denominación Barclaycard Center,  comparecieran cuatro de las formaciones jóvenes que más frescura aportan hoy en día a escenas como la del post-rock, post-metal o shoegaze, y de que todas en mayor o menor medida depararan momentos muy satisfactorios, el aluvión de opiniones y análisis que deparó este improvisado festival, la cantidad de perspectivas que arroja, fue suculento. Y no hace falta centrar el foco en los protagonistas de la noche, ya desde los prometedores teloneros pudieron encontrarse aspectos y confrontaciones interesantes. Viva Belgrado y Jardín De La Croix parten de premisas muy diferentes. Los cordobeses inyectan mucha rabia, notable pasión, a su repertorio, de evidente calado post-rock. La banda formada en Madrid, en cambio, luce un aire más contenido, más estudiado. Ambos cumplieron de sobra, especialmente los segundos, que sonaron inesperadamente contundentes, y quizá menos cerebrales y más emotivos y evocadores que en apariciones anteriores.

Tras este estimulante aperitivo, le tocaba el turno a Alcest, una extraordinaria banda francesa de naturaleza híbrida, influencias muy diversas y una obra capital en la música de esta década: Les Voyages de L’Âme. Es un placer ver a una banda como Toundra dignificar y popularizar un estilo como el post-rock en este país, y es evidente que la inmensa mayoría de asistentes comparecieron a este cuádruple cartel por ellos, pero si la formación de Neige hubiera encabezado esta velada hubiera sido como mínimo igual de merecido. Desde su debut, Souvenirs d’un Autre Monde, impecable aproximación al shoegaze, hasta Shelter, más luminoso y pulido, más escorado al post-rock, incluso más proclive a ciertos ramalazos pop y folk, más cercano a los terrenos de Sigur Rós, Alcest jamás ha dado un paso en falso. Y si tenemos que señalar su cima creativa, sus aportaciones verdaderamente desequilibrantes, apuntaremos a sus dos obras de transición, la mencionada y Écailles De Lune, de talante más oscuro y metálico, sendas maravillas.

Pero en fin, hasta en las discografías más incontestables, como es el caso, conviene saber bajarlas a la tierra y defenderlas en un escenario, y es ahí donde, desgraciadamente, a Neige y su banda se le ve la fisura, la grieta. Sucedió hace un par de años presentando Shelter y, tristemente, en la antesala de Toundra, volvió a ocurrir. Tampoco dramaticemos, ni por asomo cabe hablar de fiasco; de alguna manera, como ya sucedió entonces, Neige y sus escuderos, Indria y Zero, se las arreglaron para caminar por el alambre y no caerse, pero la sensación de que la maquinaria musical no explotaba ni sublimaba las virtudes de su propuesta en estudio fue, en mayor o menor medida, casi permanente. Esto fue especialmente evidente en los momentos que requerían más sutileza y componente atmosférico (Autre Temps), y decididamente doloroso en un lance de admirable creatividad compositiva, exuberancia y refinamiento máximo en las guitarras y permanentes requiebros y cambios de tono, Là Où Naissent Les Couleurs Nouvelles, tal vez su canción más imponente en estudio, y que sobre las tablas volvió a sonar deslavazada, descafeinadísima. En cambio, sin poder hallar una explicación muy razonable, con Écailles De Lune (Part 1), un tema de talante similar, sí salieron moderadamente airosos, igual que con la feroz Percées De Lumière, que tampoco perdió casi nada de su deliciosa efectividad. Los temas más distendidos de Shelter, L’Éveil Des Muses y Délivrance, ni desentonaron ni entusiasmaron especialmente.

Tras una hora raspada de actuación, Alcest abandonó el escenario y comenzaron los preparativos para Toundra. Cuesta creer que la legión de fans de los madrileños que ya poblaban las primeras filas se lancen en masa a comprarse los discos de la banda que acababan de terminar de ver. También cuesta creer que, ya en sus casas, y puestos a instruirse en bandas afines al post-rock, aquellos allí congregados que ignoren la discografía de Alcest puedan encontrar una banda mejor. Esperemos que Alcest rompa algún día por fin en directo. El mundo será un lugar más justo y agradable. A Toundra, afortunadamente, no les hace falta. Incluso, puede darse el caso de que en estudio sus temas instrumentales remitan a las formaciones punteras del género (Explosions In The Sky, Russian Circles, Mono…) y, aparentemente, no ofrezcan nada genuino o extraordinario. Claro que ni hace falta ni ellos lo pretenden. Del primer al cuarto disco han ofrecido una admirable evolución, un afán por conciliar referentes y explorar nuevos caminos hasta que han encontrado su senda, su voz, y con justicia, y también un punto de estupor, han llevado a una inesperada dimensión popular un género como el post-rock. Algo tienes que tener si, en este país, logras hacer algo así. Y los madrileños confirmaron que, además de canciones muy meritorias, muy intrincadas y vibrantes, saben explotar al máximo sus virtudes sobre el escenario.

Respaldados por una sección de cuerda y viento que, sobre una plataforma ubicada tras la batería, seguía las órdenes su director, Toundra, con algo de retraso, ofrecieron un concierto que rozó la hora y media y provocó el delirio entre su entregada parroquia. Con razón. La intensidad ofrecida y la pasmosa nitidez de sonido y ejecuciones fue impresionante. David Maca demostró que está perfectamente acoplado a la banda y los momentos de mayor exquisitez y virtuosismo a la guitarra corrieron de su cuenta. Todo el colectivo sonó muy commpenetrado, quizá sea injusto personalizar, pero hubo otro componente que se distinguió: Esteban Girón, enloquecido, febril, vociferante. Su entusiasmo fue digno de mención. Así como, claro, sus canciones. Todo fue muy regular y equilibrado, pero, sin desmerecer temas como Danubio o Strelka, detengámonos en tres: Oro Rojo y su incisivo y melancólico discurrir, la acechante Kitsuni y Viesca, donde la comentada sección instrumental, que supo dosificarse muy adecuadamente, se conjuntó admirablemente con la banda. La satisfacción que se respiraba entre la audiencia tras el recital resultaba  comprensible. Viendo su estado de fe y determinación, asistiendo a su rotundidad escénica, cuesta intuir el techo a una banda como Toundra.

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