Foto: Paty Rey.
Fecha: 4 de octubre de 2013.
Círculo de Bellas Artes (Madrid)
El encanto de la noche de Madrid me lleva en medio de una profusa nebulosa a la hermosa sala superior del Círculo de Bellas Artes. Contemplar su circunferencia rodeada de columnas jónicas es el preludio ideal para conocer a las musas de la nueva música Pop. La magia y refinamiento del sintetizador en Madrid. Pero como bien saben los griegos la historia es circular. Todo regresa. Incluso la tragedia griega transformada en un esperpento castizo digno de Valle – Inclán.
Menos público del que se puede esperar para contemplar la serena belleza de las tres Au Revoir Simone. Tres neoyorkinas con aspecto de angelicales francesitas de Montmartre. Cosas de la globalización y de Williamsburg, capital del hipsterismo y cuna de las tres gracias del Pop. El público, acorde en su mayoría con la estética y las intenciones del lugar de nacimiento de las Simone se impacienta al tiempo que refresca su gaznate ante la pírrica barra que sirven unos excesivamente refinados camareros con pajarita.
Toda catarsis se produce mediante condicionantes diferentes e inesperados. La de las chicas de Brooklyn se hizo esperar. Sus pasos sobre el escenario delatan lo bien que se les trata en Madrid a los músicos. Sus modelismos con tres vestidos bien estratificados por diferentes tendencias y sus altos tacones hacen compañía a tres teclados, sintetizadores varios y un bajo Stratocaster olvidado en el suelo. Las musas hacen gala de encanto, sonrisa y belleza. Suficiente para que asomen los primeros iPhone en la sala pendientes de Instagram. Cuando comienza a sonar la primera nota te percatas que el vínculo con las tres yanquis se desvanece por causas ajenas a su talento. Es la cruz organizativa de este país. Un teclado no suena ni tiene conexión con su pedal. Por si fuera poco el micro de Annie Hart se desvanece cual truco de Houdini y abandona a nuestra heroína hipster sin palabras. El renacido encanto de las chicas convence a sus acólitos que observan como una descalza Annie se desespera por arreglar el desaguisado de las conexiones imposibles de su teclado. Un profundo sudor frío recorre la mesa de sonido.
El concierto entonces se eleva a un momento introspectivo rodeado de público conformista. Te evades. Piensas en el consumo de recursos naturales que ha llevado redactar y leer esta crónica, o en las absurdas guerras abiertas en el corazón de África para proporcionarnos el Coltán necesario para que tu móvil sea capaz de comprender un concierto así. No todo es sufrimiento. Inducido por los teclados de las Simone tengo la fortuna de recordar la sensación sobre la piel de las lluvias de mayo, una puesta de sol jalonada por besos prohibidos o ese cosquilleo interno cuando nace una nueva ilusión. La música te transporta, quieras o no, a lugares insospechados. En ese momento Annie se ha calzado sus tacones de punta abierta para deleitarnos con sus contoneos portando un precioso bajo Stratocaster.
En ese momento poco importa ya el tracklist de un no concierto que supuso todo un evento de la nueva cultura en Madrid. El sonido sólo permitía evadirse mientras contemplabas un escaparate con bellas estatuas vivientes. Unos maniquíes con un sonido fabuloso y un talento sobrenatural para llenar espacios físicos y sonoros. Lástima que la suya fuera una obra inacabada, imperfecta, aunque como toda imperfección tiene un encanto único y personal. Durante un directo, en definitiva, lo importante es escuchar música que haga viajar a tu mente. Y el concierto de las tres falsas francesitas fue un gran viaje con una incomparable lanzadera como el Círculo de Bellas Artes madrileño.