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¿Se acaba la moda del vampiro moderno?

Hace unas semanas se acabó la serie True Blood con un capítulo especial, algo más largo, donde se intentaba rematar tramas aún pendientes (ante el final algo más apresurado de lo que tenían pensado sus creadores).

La pregunta que me viene a la cabeza es cuándo, en qué punto, pasó de gustarme a parecerme insoportable. Realmente no recuerdo cuantas temporadas me han parecido entretenidas o simplemente aceptables, pero lo que tengo claro es que la última ha sido insufrible. Puede que el mundo hada, haya sido demasiado para mí. Y que el intento de estirar historias, dándolas un lado empalagoso, y la pérdida de sentido del humor del principio haya sido el remate.

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En los últimos años hemos asistido a los desfiles de los vampiros de Crepúsculo (o lo que fueran esos seres brillantes), series varias y últimamente hasta Jim Jarmusch ha hecho su experimento con el género y Sólo los amantes sobreviven. Pero parece que la imaginación no da para más y no estaría mal una vuelta al terror de sus orígenes, dejando de lado esa supuesta puesta al día en la que parecen empeñarse.

Y aquí se me ocurre otra interrogante. ¿Por qué me gustaba en sus inicios?

En mi caso (y supongo que en el de muchos fans) me acerqué a la serie desde el momento que Alan Ball, creador de la maravillosa A dos metros bajo tierra o guionista de American Beauty, dio los primeros detalles del proyecto. Al principio no pareció llegar al nivel de sus mejores trabajos, pero siempre resultaba agradable y entretenida. Había mucho humor negro, falta de prejuicios, ironía y posibles segundas lecturas (al igual que otros géneros fantásticos, como el cine de zombies) ya sean sobre la inmigración, las minorías o la política.

También ha gozado de numerosos personajes interesantes, la chulería de Eric Northman, la ingeniosa altanería de la gran Pam, Russel Edgington, Jason y su divertida estupidez… Aunque también los había insoportables como Tara (se merecía un final estúpido, eso es así) o la no tan divertida estupidez de su madre.

Un punto fuerte ha sido también la falta de tabús para tratar el sexo (con una promiscuidad inter-razas nunca vista) y unas relaciones totalmente normalizadas de tan poca importancia que se le atribuían. Aunque al final esto también lo han estropeado, llegando a la locura de introducir personajes y personajes con el único interés en enredarlo con otro.

Pero Alan Ball dejó la serie tras la quinta temporada y parece que todo lo bueno se esfumó, como un vampiro tras clavarle una estaca en el corazón.

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En la última temporada han conseguido incluso aburrir, han dado finales inmerecidos a varios personajes y demasiada relevancia a otros para desaparecer de repente.

Tampoco han conseguido crear ningún tipo de suspense, siendo únicamente el final de los personajes, que nos han ocupado tantos años, lo que nos hacia esperar un nuevo capítulo. Los villanos (ya sea la yakuza o la histérica de Sarah Newlin) no creaban una verdadera amenaza y sólo había que esperar cuando desaparecerían mientras rellenaban metraje.

La trama se ha limitado a la salud de los personajes y a solucionar su destino romántico. Curioso que se preocuparan en atar bodas, noviazgos y descendencias de varios de ellos cuando ha importado tan poco el intercambio de parejas e incluso entre sexos y razas.

Y la sensación que deja al acabar es más que nada tristeza. Pero no porque se terminara, sino porque se hubiera diluido tanto a lo largo del tiempo lo bueno de una serie que desde luego no va a pasar a la historia de la televisión.

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