La cosa promete desde los créditos de inicio… Alex de la Iglesia nos muestra una sucesión de fotografías de mujeres con poder. Y sabemos por el título, y por la gran promoción que se ha hecho de la película, que la cosa va de brujas. Nuestra mente simple hace pues esta relación instantánea: mujer con poder igual a bruja -y más si en una de estas imágenes nos encontramos el rostro de Angela Merkel-.
Comienza la película presentándonos a una pandilla de calzonazos, más o menos manipulados por el sexo contrario, que para más inri son víctimas del contexto social en el que vivimos. Todo esto les obliga a atracar un local de una forma muy inusual, poco elegante pero heroica, que es lo que le da la gracia al asunto. Como la cosa no sale del todo bien, o dicho de otra forma: sale entre bien y mal… -bien porque consiguen el botín, mal porque les persigue la policía-, se ven obligados a huir de la ciudad y a huir, ya de paso, de las mujeres que les fustigan.
A partir de aquí, un viaje repleto de diálogos tópicos sobre el sexo femenino, ágiles, brillantemente hilados e interpretados –se da el milagro de que a Mario Casas se le entienden todas las palabras-. Precisamente porque están brillantemente hilados e interpretados perdono a Álex de la Iglesia el tono sexista. Por eso y porque es una historia tan ambigua que te puedes quedar con la duda de si es el mayor insulto a la mujer o la mayor alabanza. Yo me quedo con lo segundo. Prefiero ver reflejada en la gran pantalla la imagen de ‘mujer-bruja’, espléndidamente llevada por Carmen Maura y Terele Pávez, a la imagen de ‘mujer-objeto’. Por triste que parezca sigue siendo, en la mayoría de ficciones comerciales, su principal función.
Las brujas de Zugarramurdi, como no podía ser de otra forma, cuenta con el sello de Álex en la estética: con una imagen muy contrastada y localizaciones bizarras, tremebundas; pero también en el apoteósico final: como ya es costumbre en sus películas se desarrolla, literalmente, por todo lo alto. Después del cartel de Schweppes, las cuadrigas del Círculo de Bellas Artes o la cruz del Valle de los Caídos… ahora ‘la batalla final’ se lleva a cabo sobre una Diosa Madre vasca de proporciones inmensurables.
Este sello del director bilbaíno, es, una vez más, el punto donde flaquea el argumento. Tanta espectacularidad se hace tediosa después de mucho tiempo de metraje desenfrenado. Baja el ritmo y baja el número de carcajadas por segundo. Pero esto también se lo perdono a Álex, porque todo lo previo a este gran aquelarre -que por otra parte también tiene su punto, por su extravagancia y esas cosas-, es hilarante y terrorífico a partes iguales.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 8/10