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Estrenos… Mil maneras de morder el polvo de Seth MacFarlane

Cuando en el colegio te enseñan los entresijos de un cuento al uso te describen, para empezar, las pautas que ha de seguir el escritor. Entre otras que tiene que haber buenos y malos para crear un conflicto y, por supuesto, que el bien tiene que triunfar sobre el mal, no sin antes poner en algún que otro aprieto al representante del bien, que tras su lucha consigue conquistar a la chica de sus sueños. Evidentemente un cuento no es un cuento si no hay moraleja. Así es la propuesta de Seth MacFarlane, extrapolada al cine: una película de manual ambientada en el Lejano Oeste.

Por suerte aquí no queda la cosa, porque el humorista no ha querido contarnos un cuento sin más, su principal intención era hacernos reír con sus gracias, de sobra conocidas por los seguidores de Padre de familia y demás series de animación con su firma. Como hizo con Ted, quiere demostrar una vez más que además de componer buenos cuentos al uso, sabe sacar provecho a los tres elementos indispensables de una comedia al uso: el sexo, las desgracias ajenas y todo lo que pueda derivar en escatológico: sean excrementos, sean en este caso bigotes.

MacFarlane parece estar empeñado en dejar una huella parecida a la que suele dejar el bueno de Sacha Baron Cohen cuando estrena una película. Como suele hacer Sacha, Macfarlane se ha proclamado protagonista de su historia, por primera vez se ha puesto delante de una cámara de cine para contar sus chistes…de una forma forzada. Por eso, porque es forzada, y porque queda lejos de ser lo que yo entiendo por humor ‘políticamente incorrecto’ de verdad, creo que está a años luz de conseguir los polémicos e interesantes resultados que consigue el bueno de Sacha.
Pero aunque aquí nos pueda parecer ‘blandito’, su último largometraje ha levantado ampollas en Estados Unidos, vamos que no ha gustado, no ha hecho gracia… quizá porque, por poner un ejemplo, para muchos la figura de una prostituta cristiana fiel a sus creencias en lo que concierne al matrimonio es una crítica o insulto descarado o quizá porque los ateos están mal vistos y cualquier broma relacionada con la religión es, por supuesto, sacrilegio. En el país de los dogmas no hay cabida para estas cosas y mucho menos en una película más o menos comercial. Obviamente eso no es lo más gore que nos muestra Seth MacFarlane en su segundo largometraje…
El título nos da algunas pistas: aunque aquí se haya presentado como Mil maneras de morder el polvo, la traducción del original es ‘Un millón de maneras de morir en el Oeste’. Eso es precisamente lo que vemos a medida que avanza el metraje: múltiples maneras de morir en el Oeste del siglo XIX, algunas son graciosas y otras no tanto, pero la carcajada, le pese a quien le pese, está asegurada tan sólo con estos inesperados momentos. A cada defunción hay que sumarle el resto de gags, cameos y homenajes que Macfarlane hace de algunas de sus sagas favoritas: véanse Regreso al Futuro o Indiana Jones entre otras.
He de añadir que cada secuencia es una sorpresa… la trama es predecible sí, pero la sucesión de secuencias no. Eso desequilibra la balanza a su favor: un ejemplo, el que más me impactó, es que entre gag y gag Macfarlane enmarca el punto de inflexión de la película en una obra de Dalí… Es decir que, para rizar el rizo, añade surrealismo a lo surrealista y la cosa es que, aunque sea tremendamente rimbombante, mal no queda.
Obviamente el humor de este polifacético individuo es muy particular y del mismo modo que no a todo el mundo le gusta el estilo de Padre de Familia tampoco a todo el mundo le pueden gustar las gracias y desgracias que componen Mil maneras de morder el polvo. Es cuestión de dejarse llevar, de no pensar, de no buscar algo inteligente tras cada gag, es humor absurdo, sin más.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 6,5/10

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