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Estrenos… Mi otro yo de Isabel Coixet

Por lo que desprende al hablar y lo que intenta transmitir en sus películas se puede deducir que Isabel Coixet es una mujer además de idealista, intensa. Por los increíbles elencos que desde los inicios de su carrera cinematográfica ha conseguido reunir para plasmar sus ideas en celuloide se puede sospechar que tiene el don de la labia no solo en la lengua castellana sino también en la de Shakespeare. Y se puede intuir además que ha sido su obsesión por ‘crear’ la que le ha valido el respeto de los miembros de la Academia de Cine, entre otros… Pero a pesar de tener, aparentemente, todo a su favor rara ha sido la vez que esta directora se ha librado de las críticas, más destructivas que constructivas. Me temo que en esta ocasión tampoco se va a librar.
Quizá los reproches sean consecuencia de esa intensidad, esa labia y ese afán por crear: porque esas cualidades se muestran inconexas en sus obras, entre ellas y en sí mismas. En Mi otro yo sus fuertes como directora se antojan más inconexos que nunca. En conjunto sus propuestas no funcionan, pero hay pequeños momentos que son estéticamente maravillosos. Lástima que no se trate de una exposición fotográfica, sino de una película… esas imágenes en movimiento necesitan una coherencia durante todo el metraje no solo en ‘pequeños momentos’ y esos ‘pequeños momentos’ de lucidez no deberían de ser repetitivos, y lo son. Nunca antes había visto abusar de tal manera del recurso de las ramas de los árboles mecidas por el viento.
Isabel Coixet me inquieta con su última película, me inquieta ella, que no su película. Ha pasado de exponernos una historia intimista, de guión recargado, de diarrea verbal, tremendamente personal como lo fue sin ir más lejos Ayer no termina nunca, a dirigirse a un público adolescente y abstraído -el único que sinceramente creo que puede disfrutar de este amago de thriller-, diciendo poco o nada con un montaje vago y arrítmico a pesar de las múltiples posibilidades que ofrecen las composiciones de cada escena y escenario. Podría haber hecho algo bonito con la novela de Cathy MacPhail, algo más inteligente, investigar más en la dualidad de su protagonista, pero, a pesar de intentarlo, el resultado es una película más bien infantilona, facilona, superficial.
Es curioso… la historia tiene en realidad el mismo fondo que podría tener Cisne negro, por citar sólo un ejemplo: una joven perseguida por su propia sombra, obsesionada con ella. Pero Darren Aronofsky sabe manejar y medir la intensidad, sabe usar la imagen a favor del ritmo. Coixet se tiene que entrenar en este sentido. Sólo consigue el efecto ‘Aronofsky’ cuando la película ha llegado a su fin, en los créditos. Es triste decirlo pero, los créditos son lo mejor de Mi otro yo.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 4,5/10

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