Me irrita tanto o más que se sobrevalore una película como que se menosprecie. La teoría del todo ha sido sobrevalorada, pero tampoco es mi intención menospreciarla, aunque también me irrite que Hollywood con ciertas producciones como esta intente en más ocasiones de las necesarias manipular sentimientos –como las fotos de gatitos, perritos, conejitos o patitos, con ojitos de cordero degollado, en una cestita de mimbre, a la intemperie, en una noche de tormenta-.
Soy de las que piensa que los sentimientos brotan por sí solos, son la reacción a una acción, no una orden edulcorada; los sentimientos fluyen, si salen bien y si no también. En mi caso, quizá por rebeldía, no se ha asomado ninguna de las emociones que suelo esconder en las entrañas, aunque me ha entretenido bastante. A pesar de que La teoría del todo dé esa orden edulcorada y velada para que sintamos pena y admiración por un hombre físicamente enfermo –al cual no deberíamos admirar por su enfermedad sino por su mente privilegiada-, hay que reconocer que tiene cosas muy buenas, y ante todo un trabajo actoral impresionante.
Meterse en la piel de Stephen Hawking de partida no es fácil. O sí, depende de cómo se mire, porque se trata de un papel muy transparente y muy bien definido, es cómodo emocionalmente e incómodo físicamente. Pero desde luego lo que no es fácil es hacerlo de una forma tan sublime como lo ha hecho Eddie Redmayne. El suyo es un caso de posesión inaudita. Stephen Hawking se ha adueñado de su cuerpo superando sus propias teorías y toda ley física. Exagero sí, pero el mérito de Redmayne es evidente.
Aunque sea un papel para lucirse, y de hecho se luzca, no debemos dejar que nos deslumbre y no ver a quien permanece a su lado, su mujer, Jane, la auténtica protagonista, es su personaje el que lleva la acción, el que más siente y padece. Esta historia está contada desde su punto de vista, es la adaptación del libro que la primera esposa de Hawking escribió sobre su convivencia: Travelling to Infinity: My Life with Stephen. El rol en el que ha de meterse Felicity Jones es, al contrario que el de Redmayne, emocionalmente incómodo, incomodísimo, y físicamente cómodo. Por eso La teoría del todo es una película armónica, ambos personajes se complementan, son, como el espacio y el tiempo, la pareja perfecta.
Si no menosprecio esta película, cosa que no me gusta hacer a no ser que sienta sinceramente que se ha menospreciado antes la inteligencia del espectador –sí, a veces ocurre-, es porque no es la típica historia de superación lacrimógena. De hecho no es una historia de superación sino de amor. Evidentemente está trufada de momentos trágicos –no deja de reflejar la evolución de una enfermedad-, pero su director, James March, resta importancia al drama y evita la autocompasión de sus personajes –ya se compadece el público de ellos-, como lo ha hecho el propio Hawking a lo largo de su existencia, y aunque considere esto un acierto, quizá sea el motivo de un resultado tan dulcificado y remilgado.
En cualquier caso, es muy interesante conocer desde el punto de vista de quien fue su mayor apoyo, la evolución de Hawkings. Sin ella posiblemente Stephen Hawking no sería Stephen Hawking, quizá ni si quiera sería. Al menos eso es lo que nos dan a entender… Curiosamente, la Breve historia de mi vida de Hawking, el libro con su versión de los hechos, alzó el vuelo casi casi a la par que esta película. No estaría de más indagar también entre sus páginas para poder hacer una lectura más imparcial de sus sentimientos.
PUNTUACIÓN CRAZYMINDS: 7,5/10