“El mismo y no el mismo que estuvo a su lado en un vagón de primera del tren de Mawar hace tres veranos y un millar de años”. Con esta frase, y tras una impresionante primera escena, arranca un flashback de tres años y una de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos.
El hombre que pudo reinar de John Huston nos lleva a la India de 1880, colonizada por los británicos, para narrarnos el viaje de Peachy Carnehan (Michael Caine) y Daniel Dravot (Sean Connery), dos exmilitares de las tropas inglesas. Los dos deciden atravesar Afganistán para convertirse en reyes de Kafiristán, una tierra de tribus guerreras donde Dravot será confundido con un dios. Basada en un relato corto de Rudyard Kipling (The man who would be king) la película emplea al propio escritor como una figura narrativa (una de las licencias del guión de Huston) al que Peachy cuenta como se inició el proyecto, el viaje y el final de la epopeya.
Pero, ante todo, la película es una historia de amistad de dos perdedores encantadores; dos antihéroes que contra viento y marea consiguen caer simpáticos; dos rufianes sin moral aunque con un particular sentido del honor y un ego a la altura de sus aspiraciones. No hay que olvidar que se trata de dos ingleses en pleno apogeo del Imperio Británico. Claro ejemplo son dos de las frases que se reparten entre el guión. Cuando Kipling les avisa de que Alejandro Magno fue el único occidental en llegar adonde ellos se proponen, simplemente responden: “Si lo hizo un griego, lo haremos nosotros”. Más adelante no dudan en afirmar, sin ningún atisbo de duda o humildad, “No somos dioses, somos ingleses, que es casi lo mismo”
Sin la química y la magnífica interpretación de los dos actores protagonistas El hombre que pudo reinar no sería ni de cerca la misma película que ha trascendido en la historia del cine. Los primeros planos de cada uno de ellos o de los dos a la vez llenan la pantalla hasta hacer prácticamente innecesario otros recursos. Caine y Connery se comen al resto del reparto y dejan las actuaciones de Christopher Plummer como Kipling y Saeed Jaffrey como Billy Fish en segundo plano (aunque ambos estuvieron a la altura como contrapunto a los protagonistas). Curiosamente, el reparto estuvo a punto de ser encabezado por otras parejas de actores. A John Huston le llevó más de una década llevar a la gran pantalla el relato. A lo largo de ese tiempo se pensó en Humpfrey Bogart y Clark Gable; Burt Lancaster y Kirk Douglas; y Robert Reford y Paul Newman.
Huston firma una realización magistral logrando un ritmo narrativo impecable en un metraje de dos horas con escasos planos de más. En partes bien diferenciadas, el director alterna una mayor presencia de los actores y sus diálogos con espectaculares paisajes en los que la voz en off de Caine da continuidad a la narración. Estos elementos le sirven para crear un retrato fluido de los personajes para conocer su amistad, su lealtad, sus ambiciones y su resignación ante un destino que les ha llevado donde tantas otras veces ya han estado. En un momento dado, su amistad y sus recuerdos les salvan literalmente la vida.
El hombre que pudo reinar logra terminar con éxito un círculo perfecto que nos lleva al principio para cerrar la historia con el mismo impacto. Como Peachy Carnehan y Daniel Dravot dirían, cuando uno acaba de verla sólo puede exclamarse: ¡Ostras de la China!